"Sumérgete en el océano de emociones tejido por palabras, donde cada verso es un eco del alma y cada estrofa es un viaje hacia la profundidad del corazón: Bienvenido al santuario de la poesía, donde los sueños danzan entre líneas y los sentimientos florecen en cada palabra."

sábado, 31 de marzo de 2012

Aceituneros


Aceituneros de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma:¿quién,
quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.

Unidos al agua pura
y a los planetas unidos,
los tres dieron la hermosura
de los troncos retorcidos.

Levántate, olivo cano,
dijeron al pie del viento.
Y el olivo alzó una mano
poderosa de cimiento.

Andaluces de Jaén
Aceituneros altivos,
decidme en el alma:¿quién,
amamantó los olivos?

Vuestra sangre, vuestra vida,
no la del explotador
que se enriqueció en la herida
generosa del sudor.

No la del terrateniente
que os sepultó en la pobreza,
que os pisoteó la frente,
que os redujo la cabeza.

Árboles que vuestro afán
consagró al centro del día
eran  principio de un pan 
que sólo el otro comía.

¡Cuantos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos!

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
pregunta mi alma: ¿de quién,
de quién son estos olivos?

Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.

Dentro de la claridad
del aceite y sus aromas,
indican tu libertad
la libertad de tus lomas.


Miguel Hernández


jueves, 29 de marzo de 2012

Precioso poema de Miguel Hernandez a su Gran amigo Lorca, despues de su asesinato



















ELEGIA PRIMERA
A Federico García Lorca

Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas, 
y en traje de cañón, las parameras 
donde cultiva el hombre raíces y esperanzas, 
y llueve sal, y esparce calaveras.

Verdura de las eras, 
¿qué tiempo prevalece la alegría? 
El sol pudre la sangre, la cubre de asechanzas 
y hace brotar la sombra más sombría.

El dolor y su manto 
vienen una vez más a nuestro encuentro. 
Y una vez más al callejón del llanto 
lluviosamente entro.

Siempre me veo dentro 
de esta sombra de acíbar revocada, 
amasado con ojos y bordones, 
que un candil de agonía tiene puesto a la entrada 
y un rabioso collar de corazones.

Llorar dentro de un pozo, 
en la misma raíz desconsolada 
del agua, del sollozo, 
del corazón quisiera: 
donde nadie me viera la voz ni la mirada, 
ni restos de mis lágrimas me viera.

Entro despacio, se me cae la frente 
despacio, el corazón se me desgarra 
despacio, y despaciosa y negramente 
vuelvo a llorar al pie de una guitarra.

Entre todos los muertos de elegía, 
sin olvidar el eco de ninguno, 
por haber resonado más en el alma mía, 
la mano de mi llanto escoge uno.

Federico García 
hasta ayer se llamó: polvo se llama. 
Ayer tuvo un espacio bajo el día 
que hoy el hoyo le da bajo la grama.

¡Tanto fue! ¡Tanto fuiste y ya no eres! 
Tu agitada alegría, 
que agitaba columnas y alfileres, 
de tus dientes arrancas y sacudes, 
y ya te pones triste, y sólo quieres 
ya el paraíso de los ataúdes.

Vestido de esqueleto, 
durmiéndote de plomo, 
de indiferencia armado y de respeto, 
te veo entre tus cejas si me asomo.

Se ha llevado tu vida de palomo, 
que ceñía de espuma 
y de arrullos el cielo y las ventanas, 
como un raudal de pluma 
el viento que se lleva las semanas.

Primo de las manzanas, 
no podrá con tu savia la carcoma, 
no podrá con tu muerte la lengua del gusano, 
y para dar salud fiera a su poma 
elegirá tus huesos el manzano.

Cegado el manantial de tu saliva, 
hijo de la paloma, 
nieto del ruiseñor y de la oliva: 
serás, mientras la tierra vaya y vuelva, 
esposo siempre de la siempreviva, 
estiércol padre de la madreselva.

¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla, 
pero qué injustamente arrebatada! 
No sabe andar despacio, y acuchilla 
cuando menos se espera su turbia cuchillada.

Tú, el más firme edificio, destruido, 
tú, el gavilán más alto, desplomado, 
tú, el más grande rugido, 
callado, y más callado, y más callado.

Caiga tu alegre sangre de granado, 
como un derrumbamiento de martillos feroces, 
sobre quien te detuvo mortalmente. 

Salivazos y hoces 
caigan sobre la mancha de su frente.

Muere un poeta y la creación se siente 
herida y moribunda en las entrañas. 

Un cósmico temblor de escalofríos 
mueve temiblemente las montañas, 
un resplandor de muerte la matriz de los ríos.

Oigo pueblos de ayes y valles de lamentos, 
veo un bosque de ojos nunca enjutos, 
avenidas de lágrimas y mantos: 
y en torbellino de hojas y de vientos, 
lutos tras otros lutos y otros lutos, 
llantos tras otros llantos y otros llantos.

No aventarán, no arrastrarán tus huesos, 
volcán de arrope, trueno de panales, 
poeta entretejido, dulce, amargo, 
que al calor de los besos 
sentiste, entre dos largas hileras de puñales, 
largo amor, muerte larga, fuego largo.

Por hacer a tu muerte compañía, 
vienen poblando todos los rincones 
del cielo y de la tierra bandadas de armonía, 
relámpagos de azules vibraciones. 

Crótalos granizados a montones, 
batallones de flautas, panderos y gitanos, 
ráfagas de abejorros y violines, 
tormentas de guitarras y pianos, 
irrupciones de trompas y clarines.

Pero el silencio puede más que tanto instrumento.
Silencioso, desierto, polvoriento 
en la muerte desierta, 
parece que tu lengua, que tu aliento, 
los ha cerrado el golpe de una puerta.

Como si paseara con tu sombra, 
paseo con la mía 
por una tierra que el silencio alfombra, 
que el ciprés apetece más sombría.

Rodea mi garganta tu agonía 
como un hierro de horca 
y pruebo una bebida funeraria. 

Tú sabes, Federico García Lorca, 
que soy de los que gozan una muerte diaria.

Miguel Hernández

martes, 27 de marzo de 2012

El Niño Yuntero



  
Carne de yugo, ha nacido 
más humillado que bello, 
con el cuello perseguido 
por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta, 
a los golpes destinado, 
de una tierra descontenta 
y un insatisfecho arado.

Entre estiércol puro y vivo 
de vacas, trae a la vida 
un alma color de olivo 
vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza 
a morir de punta a punta 
levantando la corteza 
de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente 
la vida como una guerra 
y a dar fatigosamente 
en los huesos de la tierra.

Contar sus años no sabe, 
y ya sabe que el sudor 
es una corona grave 
de sal para el labrador.

Trabaja, y mientras trabaja 
masculinamente serio, 
se unge de lluvia y se alhaja 
de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte, 
y a fuerza de sol, bruñido, 
con una ambición de muerte 
despedaza un pan reñido.

Cada nuevo día es 
más raíz, menos criatura, 
que escucha bajo sus pies 
la voz de la sepultura.

Y como raíz se hunde 
en la tierra lentamente 
para que la tierra inunde 
de paz y panes su frente.

Me duele este niño hambriento 
como una grandiosa espina, 
y su vivir ceniciento 
resuelve mi alma de encina.

Lo veo arar los rastrojos, 
y devorar un mendrugo, 
y declarar con los ojos 
que por qué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho, 
y su vida en la garganta, 
y sufro viendo el barbecho 
tan grande bajo su planta.

¿Quién salvará a este chiquillo 
menor que un grano de avena? 
¿De dónde saldrá el martillo 
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón 
de los hombres jornaleros, 
que antes de ser hombres son 
y han sido niños yunteros.


Miguel Hernández

domingo, 25 de marzo de 2012

Nana de las Cebollas




Historia de como Miguel Hernández, escribió la nana de la cebolla.
Su historia es el reflejo del mayor de los milagros del ser humano: el afán por superar las limitaciones de conocimiento.

Criado como cabrero, vivió como cabrero, pero tuvo la valentía de compaginar su batalla diaria para ganarse el pan, con otra lucha también sin cuartel: aprender, leer, estudiar. Gracias a esa enorme fuerza de voluntad, casi pudo terminar estudios de derecho y literatura.

Por ser como fue y luchar como luchó, siendo como era un simple cabrero, a Miguel Hernández se le conoció y conoce como “El poeta del pueblo”.

Desde el inicio de la guerra civil tomó partido por la República, luchando en los frentes de Teruel, Andalucía y Extremadura. En plena guerra, marzo de 1937, aprovechando unos días libres, se dirigió a Orihuela en donde residía Josefina Manresa, para casarse.
En diciembre de 1937 nació su primer hijo, Manuel Ramón, que muere a los pocos meses. En enero de 1939 nació el segundo, Manuel Miguel, para el que escribió esta nana maravillosa de la que hoy escribo.

Una vez terminada la guerra, a mediados del 39, Miguel Hernández es cogido preso y conducido por dos veces a prisión. En la primera ocasión consigue salir libre gracias a la ayuda de un buen amigo suyo, Pablo Neruda.

La segunda vez que lo cogen preso ya no se libra de la que sería su última morada: las celdas de las prisiones de Conde de Toreno (Madrid), Palencia, Ocaña (Toledo) y Alicante, donde muere de bronquitis, tifus y tuberculosis.

Los presos españoles, como Miguel Hernández, o mi padre durante un tiempo, sufrían una doble condena, a cual más dolorosa: la falta de libertad y el dolor de ver a las familias en la miseria.

Un día, estando en prisión, Miguel recibió una carta de su esposa Josefina, en donde le contaba el lamentable estamos en el que se encontraban ella y el hijo de ambos, al que sólo podía alimentar con pan y cebollas.

Él, encarcelado, sin juicio ni sentencia, en un estado físico lamentable, le envió a su mujer unas breves letras y a su hijo este poema maravilloso, la nana más hermosa y al mismo tiempo más terrible de la literatura universal:

Mi querida Josefina:
Estos días me los he pasado cavilando sobre tu situación, cada día más difícil. El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche. Para que lo consueles, te mando estas coplillas que he hecho, ya que para mí no hay otro quehacer que escribiros a vosotros o desesperarme.


    Nana de las cebollas

    La cebolla es escarcha
    cerrada y pobre.
    Escarcha de tus días
    y de mis noches.
    Hambre y cebolla,
    hielo negro y escarcha
    grande y redonda.
    .
    En la cuna del hambre
    mi niño estaba.
    Con sangre de cebolla
    se amamantaba.
    Pero tu sangre,
    escarchada de azúcar,
    cebolla y hambre.
    .
    Una mujer morena
    resuelta en luna
    se derrama hilo a hilo
    sobre la cuna.
    Ríete, niño,
    que te traigo la luna
    cuando es preciso.
    .
    Alondra de mi casa,
    ríete mucho.
    Es tu risa en tus ojos
    la luz del mundo.
    Ríete tanto
    que mi alma al oírte
    bata el espacio.
    .
    Tu risa me hace libre,
    me pone alas.
    Soledades me quita,
    cárcel me arranca.
    Boca que vuela,
    corazón que en tus labios
    relampaguea.
    .
    Es tu risa la espada
    más victoriosa,
    vencedor de las flores
    y las alondras
    Rival del sol.
    Porvenir de mis huesos
    y de mi amor.
    .
    La carne aleteante,
    súbito el párpado,
    el vivir como nunca
    coloreado.
    ¡Cuánto jilguero
    se remonta, aletea,
    desde tu cuerpo!
    .
    Desperté de ser niño:
    nunca despiertes.
    Triste llevo la boca:
    ríete siempre.
    Siempre en la cuna,
    defendiendo la risa
    pluma por pluma.
    .
    Ser de vuelo tan alto,
    tan extendido,
    que tu carne es el cielo
    recién nacido.
    ¡Si yo pudiera
    remontarme al origen
    de tu carrera!
    .
    Al octavo mes ríes
    con cinco azahares.
    Con cinco diminutas
    ferocidades.
    Con cinco dientes
    como cinco jazmines
    adolescentes.
    .
    Frontera de los besos
    serán mañana,
    cuando en la dentadura
    sientas un arma.
    Sientas un fuego
    correr dientes abajo
    buscando el centro.
    .
    Vuela niño en la doble
    luna del pecho:
    él, triste de cebolla,
    tú, satisfecho.
    No te derrumbes.
    No sepas lo que pasa ni
    lo que ocurre.


  Pablo Neruda, dijo de este maravilloso ser humano, que también era poeta: 


“Recordar a Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor. Pocos poetas tan generosos y luminosos como el muchachón de Orihuela cuya estatua se levantará algún día entre los azahares de su dormida tierra. No tenía Miguel la luz cenital del Sur como los poetas rectilíneos de Andalucía sino una luz de tierra, de mañana pedregosa, luz espesa de panal despertando. Con esta materia dura como el oro, viva como la sangre, trazó su poesía duradera. ¡Y éste fue el hombre que aquel momento de España desterró a la sombra! ¡Nos toca ahora y siempre sacarlo de su cárcel mortal, iluminarlo con su valentía y su martirio, enseñarlo como ejemplo de corazón purísimo! ¡Darle la luz! ¡Dársela a golpes de recuerdo, a paletadas de claridad que lo revelen, arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado con la espada de la luz!”

viernes, 23 de marzo de 2012

Al Pie desde su Niño



El pie del niño aún no sabe que es pie,
y quiere ser mariposa o manzana.


Pero luego los vidrios y las piedras,
las calles, las escaleras,
y los caminos de la tierra dura
van enseñando al pie que no puede volar,
que no puede ser fruto redondo en una rama.
El pie del niño entonces
fue derrotado, cayó
en la batalla,
fue prisionero,
condenado a vivir en un zapato.

Poco a poco sin luz
fue conociendo el mundo a su manera,
sin conocer el otro pie, encerrado,
explorando la vida como un ciego.

Aquellas suaves uñas
de cuarzo, de racimo,
se endurecieron, se mudaron
en opaca substancia, en cuerno duro,
y los pequeños pétalos del niño
se aplastaron, se desequilibraron,
tomaron formas de reptil sin ojos,
cabezas triangulares de gusano.
Y luego encallecieron,
se cubrieron
con mínimos volcanes de la muerte,
inaceptables endurecimientos.

Pero este ciego anduvo
sin tregua, sin parar
hora tras hora,
el pie y el otro pie,
ahora de hombre
o de mujer,
arriba,
abajo,
por los campos, las minas,
los almacenes y tos ministerios,
atrás,
afuera, adentro,
adelante,
este pie trabajó con su zapato,
apenas tuvo tiempo
de estar desnudo en el amor o el sueño,
caminó, caminaron
hasta que el hombre entero se detuvo.

Y entonces a la tierra
bajó y no supo nada,
porque allí todo y todo estaba oscuro
no supo que había dejado de ser pie,
si lo enterraban para que volara
o para que pudiera
ser manzana.

Pablo Neruda

miércoles, 21 de marzo de 2012

Agua Sexual, Bonito poema de Pablo Neruda




Rodando a goterones solos, 
a gotas como dientes, 
a espesos goterones de mermelada y sangre, 
rodando a goterones
cae el agua,
como una espada en gotas,
como un desgarrador río de vidrio,
cae mordiendo,
golpeando el eje de la simetría, pegando en las costuras del alma,
rompiendo cosas abandonadas, empapando lo oscuro.

Solamente es un soplo, más húmedo que el llanto,
un líquido, un sudor, un aceite sin nombre,
un movimiento agudo, 
haciéndose, espesándose,
cae el agua,
a goterones lentos,
hacia su mar, hacia su seco océano,
hacia su ola sin agua.

Veo el verano extenso, y un estertor saliendo de un granero,
bodegas, cigarras,
poblaciones, estímulos,
habitaciones, niñas
durmiendo con las manos en el corazón,
soñando con bandidos, con incendios,
veo barcos,
veo árboles de médula
erizados como gatos rabiosos,
veo sangre, puñales y medias de mujer,
y pelos de hombre, 
veo camas, veo corredores donde grita una virgen,
veo frazadas y órganos y hoteles.

Veo los sueños sigilosos,
admito los postreros días,
y también los orígenes, y también los recuerdos,
como un párpado atrozmente levantado a la fuerza
estoy mirando.

Y entonces hay este sonido:
un ruido rojo de huesos,
un pegarse de carne, 
y piernas amarillas como espigas juntándose.

 
Yo escucho entre el disparo de los besos, 
escucho, sacudido entre respiraciones y sollozos.

Estoy mirando, oyendo,
con la mitad del alma en el mar y la mitad del alma en la tierra,
y con las dos mitades del alma miro el mundo.

Y aunque cierre los ojos y me cubra el corazón enteramente, 
veo caer un agua sorda, 
a goterones sordos.

Es como un huracán de gelatina,
como una catarata de espermas y medusas.


Veo correr un arco iris turbio.


Veo pasar sus aguas a través de los huesos.



Pablo Neruda


lunes, 19 de marzo de 2012

El Cántaro Roto



La mirada interior se despliega y un mundo de vértigo y llama nace bajo la frente del que sueña:
soles azules, verdes remolinos, picos de luz que abren astros como granadas,
tornasol solitario, ojo de oro girando en el centro de una explanada calcinada,
bosques de cristal de sonido, bosques de ecos y respuestas y ondas, diálogo de transparencias,
¡viento, galope de agua entre los muros interminables de una garganta de azabache,
caballo, cometa, cohete que se clava justo en el corazón de la noche, plumas, surtidores,
plumas, súbito florecer de las antorchas, velas, alas, invasión de lo blanco,
pájaros de las islas cantando bajo la frente del que sueña!
Abrí los ojos, los alcé hasta el cielo y vi cómo la noche se cubría de estrellas.
¡Islas vivas, brazaletes de islas llameantes, piedras ardiendo, respirando, racimos de piedras vivas,
cuánta fuente, qué claridades, qué cabelleras sobre una espalda oscura,
cuánto río allá arriba, y ese sonar remoto de agua junto al fuego, de luz contra la sombra!
Harpas, jardines de harpas.
Pero a mi lado no había nadie.
Sólo el llano: cactus, huizaches, piedras enormes que estallan bajo el sol.
No cantaba el grillo,
había un vago olor a cal y semillas quemadas,
las calles del poblado eran arroyos secos
y el aire se habría roto en mil pedazos si alguien hubiese gritado: ¿quién vive?
Cerros pelados, volcán frío, piedra y jadeo bajo tanto esplendor, sequía, sabor de polvo,
rumor de pies descalzos sobre el polvo, ¡y el pirú en medio del llano como un surtidor petrificado!
Dime, sequía, dime, tierra quemada, tierra de huesos remolidos, dime, luna agónica,
¿no hay agua,
hay sólo sangre, sólo hay polvo, sólo pisadas de pies desnudos sobre la espina,
sólo andrajos y comida de insectos y sopor bajo el mediodía impío como un cacique de oro?
¿No hay relinchos de caballos a la orilla del río, entre las grandes piedras redondas y relucientes,
en el remanso, bajo la luz verde de las hojas y los gritos de los hombres y las mujeres bahándose al alba?
El dios-maíz, el dios-flor, el dios-agua, el dios-sangre, la Virgen,
¿todos se han muerto, se han ido, cántaros rotos al borde de la fuente cegada?
¿Sólo está vivo el sapo,
sólo reluce y brilla en la noche de México el sapo verduzco,
sólo el cacique gordo de Cempoala es inmortal?
Tendido al pie del divino árbol de jade regado con sangre, mientras dos esclavos jóvenes lo abanican,
en los días de las grandes procesiones al frente del pueblo, apoyado en la cruz: arma y bastón,
en traje de batalla, el esculpido rostro de silex aspirando como un incienso precioso el humo de los fusilamientos,
los fines de semana en su casa blindada junto al mar, al lado de su querida cubierta de joyas de gas neón,
¿sólo el sapo es inmortal?
He aquí a la rabia verde y fría y a su cola de navajas y vidrio cortado,
he
aquí al perro y a su aullido sarnoso,
al maguey taciturno, al nopal y al candelabro erizados, he aquí a la flor que sangra y hace sangrar,
la flor de inexorable y tajante geometría como un delicado instrumento de tortura,
he aquí a la noche de dientes largos y mirada filosa, la noche que desuella con un pedernal invisible,
oye a los dientes chocar uno contra otro,
oye a los huesos machacando a los huesos,
al tambor de piel humana golpeado por el fémur,
al tambor del pecho golpeado por el talón rabioso,
al tam-tam de los tímpanos golpeados por el sol delirante,
he
aquí al polvo que se levanta como un rey amarillo y todo lo descuaja y danza solitario y se derrumba
como un árbol al que de pronto se le han secado las raíces, como una torre que cae de un solo tajo,
he aquí al hombre que cae y se levanta y come polvo y se arrastra,
al insecto humano que perfora la piedra y perfora los siglos y carcome la luz,
he aquí a la piedra rota, al hombre roto, a la luz rota.
¿Abrir los ojos o cerrarlos, todo es igual?
Castillos interiores que incendia el pensamiento porque otro más puro se levante, sólo fulgor y llama,
semilla de la imagen que crece hasta ser árbol y hace estallar el cráneo,
palabra que busca unos labios que la digan,
sobre la antigua fuente humana cayeron grandes piedras,
hay siglos de piedras, años de losas, minutos espesores sobre la fuente humana.
Dime, sequía, piedra pulida por el tiempo sin dientes, por el hambre sin dientes,
polvo molido por dientes que son siglos, por siglos que son hambres,
dime, cántaro roto caído en el polvo, dime,
¿la luz nace frotando hueso contra hueso, hombre contra hombre, hambre contra hambre,
hasta que surja al fin la chispa, el grito, la palabra,
hasta que brote al fin el agua y crezca el árbol de anchas hojas de turquesa?
Hay que dormir con los ojos abiertos, hay que soñar con las manos,
soñemos sueños activos de río buscando su cauce, sueños de sol soñando sus mundos,
hay que soñar en voz alta, hay que cantar hasta que el canto eche raíces, tronco, ramas, pájaros, astros,
cantar hasta que el sueño engendre y brote del costado del dormido la espiga roja de la resurrección,
el agua de la mujer, el manantial para beber y mirarse y reconocerse y recobrarse,
el manantial para saberse hombre, el agua que habla a solas en la noche y nos llama con nuestro nombre,
el manantial de las palabras para decir yo, tú, él, nosotros, bajo el gran árbol viviente estatua de la lluvia,
para decir los pronombres hermosos y reconocernos y ser fieles a nuestros nombres
hay que soñar hacia atrás, hacia la fuente, hay que remar siglos arriba,
más allá de la infancia, más allá del comienzo, más allá de las aguas del bautismo,
echar abajo las paredes entre el hombre y el hombre, juntar de nuevo lo que fue separado,
vida y muerte no son mundos contrarios, somos un solo tallo con dos flores gemelas,
hay que desenterrar la palabra perdida, soñar hacia dentro y también hacia afuera,
descifrar el tatuaje de la noche y mirar cara a cara al mediodía y arrancarle su máscara,
bañarse en luz solar y comer los frutos nocturnos, deletrear la escritura del astro y la del río,
recordar lo que dicen la sangre y la marea, la tierra y el cuerpo, volver al punto de partida,
ni adentro ni afuera, ni arriba ni abajo, al cruce de caminos, adonde empiezan los caminos,
porque la luz canta con un rumor de agua, con un rumor de follaje canta el agua
y el alba está cargada de frutos, el día y la noche reconciliados fluyen como un río manso,
el día y la noche se acarician largamente como un hombre y una mujer enamorados,
como un solo río interminable bajo arcos de siglos fluyen las estaciones y los hombres,
hacia allá, al centro vivo del origen, más allá de fin y comienzo.

Octavio Paz

sábado, 17 de marzo de 2012

Cerro de la Estrella



Aquí los antiguos recibían al fuego
Aquí el fuego creaba el mundo
Al mediodía las piedras se abren como frutos
El agua abre los párpados
La luz resbala por la piel del día
Gota inmensa donde el tiempo se refleja y se sacia
A la española el día entra pisando fuerte
Un rumor de hojas y pájaros avanza
Un presentimiento de mar o mujeres
El día zumba en mi frente como una idea fija
En la frente del mundo zumba tenaz el día
La luz corre por todas partes
Canta por las terrazas
Hace bailar las casas
Bajo las manos frescas de la yedra ligera
El muro se despierta y levanta sus torres
Y las piedras dejan caer sus vestiduras
Y el agua se desnuda y salta de su lecho
Más desnuda que el agua
Y la luz se desnuda y se mira en el agua
Más desnuda que un astro
Y el pan se abre y el vino se derrama
Y el día se derrama sobre el agua tendida
Ver oír tocar oler gustar pensar
Labios o tierra o viento entre veleros
Sabor del día que se desliza como música
Rumor de luz que lleva de la mano a una muchacha
Y la deja desnuda en el centro del día
Nadie sabe su nombre ni a qué vino
Como un poco de agua se tiende a mi costado
El sol se para un instante por mirarla
La luz se pierde entre sus piernas
La rodean mis miradas como agua
Y ella se baña en ellas más desnuda que el agua
Como la luz no tiene nombre propio
Como la luz cambia de forma con el día




Octavio Paz

jueves, 15 de marzo de 2012

El Espejo


A la vuelta de un viaje, un hombre compró en la ciudad un espejo, objeto que hasta entonces nunca había visto, ni sabía lo que era.

Pero precisamente esa ignorancia le hizo sentir atracción hacia ese espejo, pues creyó reconocer en él la cara de su padre. Maravillado lo compró y, sin decir nada a su mujer, lo guardó en un cofre que tenían en el desván de la casa. De tanto en tanto, cuando se sentía triste y solitario, iba a "ver a su padre".

Se pasaba horas y horas hablando con el  de sus preocupaciones, de como se sentía, después de tranquilizarse cerraba el baúl y bajaba.

Pero su esposa lo encontraba muy afectado cada vez que lo veía volver del desván, así que un día se dedicó a espiarlo y comprobó que había algo en el cofre y que se quedaba mucho tiempo hablando y mirando dentro de él.

Cuando el marido se fue, la mujer subió al desván y abrió el cofre y vio en él a una mujer cuyos rasgos le resultaban familiares pero no lograba saber de quién se trataba, cerro el baúl cabreada y bajo a esperar a su marido.

De ahí surgió una gran pelea matrimonial, pues la esposa decía que dentro del cofre había una mujer, y que la estaba engañando con ella, el marido aseguraba que dentro no había ninguna mujer, que estaba su padre.

En ese momento pasó por la puerta de la casa un juez, muy venerado por la comunidad, que se dirigía a los juzgados, y al verlos discutir quiso ayudarlos a poner paz en su hogar. Los esposos le explicaron el dilema y lo invitaron a subir al desván y mirar dentro del cofre. Así lo hizo el juez y, ante la sorpresa del matrimonio, les aseguró que en el fondo del cofre quien realmente reposaba era un juez.

sueko

martes, 13 de marzo de 2012

A un Poeta Muerto



Así como en la roca nunca vemos 

La clara flor abrirse, 

Entre un pueblo hosco y duro 
No brilla hermosamente 
El fresco y alto ornato de la vida. 
Por esto te mataron, porque eras 
Verdor en nuestra tierra árida 
Y azul en nuestro oscuro aire.

Leve es la parte de la vida 

Que como dioses rescatan los poetas. 
El odio y destrucción perduran siempre 
Sordamente en la entraña 
Toda hiel sempiterna del español terrible, 
Que acecha lo cimero 
Con su piedra en la mano.

Triste sino nacer 

Con algún don ilustre 
Aquí, donde los hombres 
En su miseria sólo saben 
El insulto, la mofa, el recelo profundo 
Ante aquel que ilumina las palabras opacas 
Por el oculto fuego originario.

La sal de nuestro mundo eras, 

Vivo estabas como un rayo de sol, 
Y ya es tan sólo tu recuerdo 
Quien yerra y pasa, acariciando 
El muro de los cuerpos 
Con el dejo de las adormideras 
Que nuestros predecesores ingirieron 
A orillas del olvido.

Si tu ángel acude a la memoria, 

Sombras son estos hombres 
Que aún palpitan tras las malezas de la tierra; 
La muerte se diría 
Más viva que la vida 
Porque tú estás con ella, 
Pasado el arco de tu vasto imperio, 
Poblándola de pájaros y hojas 
Con tu gracia y tu juventud incomparables.

Aquí la primavera luce ahora. 

Mira los radiantes mancebos 
Que vivo tanto amaste 
Efímeros pasar junto al fulgor del mar. 
Desnudos cuerpos bellos que se llevan 
Tras de sí los deseos 
Con su exquisita forma, y sólo encierran 
Amargo zumo, que no alberga su espíritu 
Un destello de amor ni de alto pensamiento.

Igual todo prosigue, 

Como entonces, tan mágico, 
Que parece imposible 
La sombra en que has caído. 
Mas un inmenso afán oculto advierte 
Que su ignoto aguijón tan sólo puede 
Aplacarse en nosotros con la muerte, 
Como el afán del agua, 
A quien no basta esculpirse en las olas, 
Sino perderse anónima 
En los limbos del mar.

Pero antes no sabías 

La realidad más honda de este mundo: 
El odio, el triste odio de los hombres, 
Que en ti señalar quiso 
Por el acero horrible su victoria, 
Con tu angustia postrera 
Bajo la luz tranquila de Granada, 
Distante entre cipreses y laureles, 
Y entre tus propias gentes 
Y por las mismas manos 
Que un día servilmente te halagaran.

Para el poeta la muerte es la victoria; 

Un viento demoníaco le impulsa por la vida, 
Y si una fuerza ciega 
Sin comprensión de amor 
Transforma por un crimen 
A ti, cantor, en héroe, 
Contempla en cambio, hermano, 
Cómo entre la tristeza y el desdén 
Un poder más magnánimo permite a tus amigos 
En un rincón pudrirse libremente.

Tenga tu sombra paz, 

Busque otros valles, 
Un río donde del viento 
Se lleve los sonidos entre juncos 
Y lirios y el encanto 
Tan viejo de las aguas elocuentes, 
En donde el eco como la gloria humana ruede, 
Como ella de remoto, 
Ajeno como ella y tan estéril.

Halle tu gran afán enajenado 

El puro amor de un dios adolescente 
Entre el verdor de las rosas eternas; 
Porque este ansia divina, perdida aquí en la tierra, 
Tras de tanto dolor y dejamiento, 
Con su propia grandeza nos advierte 
De alguna mente creadora inmensa, 
Que concibe al poeta cual lengua de su gloria 
Y luego le consuela a través de la muerte.

Luis cernuda