La
familia Storni -el padre de Alfonsina y varios hermanos mayores-
llegó a la provincia de San Juan desde Lugano, Suiza, en 1880.
Fundaron una pequeña empresa familiar, y años después, las
botellas de cerveza etiquetadas «Cerveza Los Alpes, de Storni y
Cía», circulan por toda la región. Los padres de Alfonsina
viajaron a Suiza en el año 1891, junto con sus dos pequeños hijos.
En 1892, el 29 de mayo, nació en Sala Capriasca Alfonsina, la
tercera hija del matrimonio Storni. Llevó el nombre del padre, de un
padre melancólico y raro. Más tarde le diría a su amigo Fermín
Estrella Gutiérrez: «me llamaron Alfonsina, que quiere decir
dispuesta a todo».
Alfonsina aprendió a hablar en italiano,
y en 1896 vuelven a San Juan, de donde son sus primeros recuerdos.
«Estoy en San Juan, tengo cuatro años; me veo colorada, redonda,
chatilla y fea. Sentada en el umbral de mi casa, muevo los labios
como leyendo un libro que tengo en la mano y espío con el rabo del
ojo el efecto que causo en el transeúnte. Unos primos me avergüenzan
gritándome que tengo el libro al revés y corro a llorar detrás de
la puerta». En 1901, la familia se trasladó nuevamente, esta vez a
la ciudad de Rosario, un próspero puerto del litoral.
Paulina,
la madre, abrió una pequeña escuela domiciliaria, y pasa a ser la
cabeza de una familia numerosa, pobre y sin timón. Instalaron el
«Café Suizo», cerca de la estación de tren, pero el proyecto
fracasó. Alfonsina lavaba platos y atendía las mesas, a los diez
años. Las mujeres comenzaron a trabajar de costureras. Alfonsina
decide emplearse como obrera en una fábrica de gorras. En 1907 llega
a Rosario la compañía de Manuel Cordero, un director de teatro que
recorría las provincias. Alfonsina reemplaza a una actriz que se
enferma. Esto la decide a proponerle a su madre que le permita
convertirse en actriz y viajar con la compañía. Recorre Santa Fe,
Córdoba, Mendoza, Santiago del Estero y Tucumán. Después dirá que
representó Espectros, de Ibsen, La loca de la casa, de Pérez
Galdós, y Los muertos, de Florencio Sánchez.
En sus cartas
al filólogo español don Julio Cejador Alfonsina resume algunos
momentos de su vida. Refiriéndose a esta época, le dirá: «A los
trece años estaba en el teatro. Este salto brusco, hijo de una serie
de casualidades, tuvo una gran influencia sobre mi actividad
sensorial, pues me puso en contacto con las mejores obras del teatro
contemporáneo y clásico (…). Pero casi una niña y pareciendo ya
una mujer, la vida se me hizo insoportable. Aquel ambiente me
ahogaba. Torcí rumbos…». Luego, en un reportaje de la revista El
Hogar, contará que al regresar escribió su primera obra de teatro,
Un corazón valiente, de la que no han quedado testimonios.
Cuando
volvió a Rosario se encuentra con que su madre se ha casado y vive
en Bustinza. La poeta decide estudiar la carrera de maestra rural en
Coronda, y allí recibe su título profesional. Gana un lugar
sobresaliente en la comunidad escolar, consigue un puesto de maestra
y se vincula a dos revistas literarias, Mundo Rosarino y Monos y
Monadas. Allí aparecen sus poemas durante todo ese año, y si bien
no hay testimonio de ellos, sí sabemos de otros publicados al año
siguiente en Mundo Argentino, y que tienen resonancias
hispánicas.
Poeta en Buenos Aires
Al
terminar el año de 1911, decide trasladarse a Buenos Aires. «En su
maleta traía pobre y escasa ropa, unos libros de Darío y sus
versos». Así, con nostalgia, evoca su hijo Alejandro la llegada.
Pobre equipaje para enfrentarse con una ciudad que estaba abierta al
mundo, con las expectativas puestas en esa inmigración que traería
nuevas manos para producir y nuevas formas de convivencia. El
nacimiento de su hijo Alejandro, el 21 de abril de 1912, define en su
vida una actitud de mujer que se enfrenta sola a sus decisiones.
Trabaja como cajera en la tienda «A la ciudad de México», en
Florida y Sarmiento. También en la revista Caras y Caretas.
Su
primer libro, La inquietud del rosal, publicado con grandes
dificultades económicas, apareció en 1916. En un homenaje al
novelista Manuel Gálvez, por primera vez en Buenos Aires, en esta
clase de reuniones, aparece Alfonsina recitando con aplomo sus
propios versos. En junio de 1916, aparece en Mundo Argentino un poema
titulado «Versos otoñales». Aunque los versos son apenas
aceptables, sorprende su capacidad de mirarse por dentro, que por
entonces no era común en los poetas de su generación.
Al
mirar mis mejillas, que ayer estaban rojas
He sentido el otoño;
sus achaques de viejo
Me han llenado de miedo; me ha contado el
espejo
Que nieva en mis cabellos mientras caen las hojas.
Sus
amigos los poetas modernistas
Amado Nervo, el poeta mejicano
paladín del modernismo junto con Rubén Darío, publica sus poemas
también en Mundo Argentino, y esto da una idea de lo que
significaría para ella, una muchacha desconocida, de provincia, el
haber llegado hasta aquellas páginas. En 1919 Nervo llega a la
Argentina como embajador de su país, y frecuenta las mismas
reuniones que Alfonsina. Ella le dedica un ejemplar de La inquietud
del rosal, y lo llama en su dedicatoria «poeta divino». Vinculada
entonces a lo mejor de la vanguardia novecentista, que empezaba a
declinar, en el archivo de la Biblioteca Nacional uruguaya hay cartas
al uruguayo José Enrique Rodó, otro de los escritores principales
de la época, modernista autor de Ariel y de Los motivos de Proteo,
ambos libros pilares de una interpretación de la cultura americana.
El uruguayo escribía, como ella, en Caras y Caretas y era, junto con
Julio Herrera y Reissig, el jefe indiscutido del nuevo pensamiento en
el Uruguay. Ambos contribuyeron a esclarecer los lineamientos
intelectuales americanos a principios de siglo, como lo hizo también
Manuel Ugarte, cuya amistad le llegó a Alfonsina junto con la de
José Ingenieros.
Su voluntad no la abandona, y sigue
escribiendo. En mejores condiciones publica El dulce daño, en 1918.
El 18 de abril de 1918 se le ofrece una comida en el restaurante
Génova, de la calle Paraná y Corrientes, donde se reunía
mensualmente el grupo de Nosotros, y en esa oportunidad se celebra la
aparición de El dulce daño. Los oradores son Roberto Giusti y José
Ingenieros, su gran amigo y protector, a veces su médico. Alfonsina
se está reponiendo de la gran tensión nerviosa que la obligó a
dejar momentáneamente su trabajo en la escuela, pero su cansancio no
le impide disfrutar de la lectura de su «Nocturno», hecha por
Giusti, en traducción al italiano de Folco Testena
También
en 1918 Alfonsina recibe una medalla de miembro del Comité Argentino
Pro Hogar de los Huérfanos Belgas, junto con Alicia Moreau de Justo
y Enrique del Valle Iberlucea. Años atrás, cuando empezó la
guerra, Alfonsina había aparecido como concurrente a un acto en
defensa de Bélgica, con motivo de la invasión alemana. Comienzan
sus visitas a la ciudad de Montevideo, donde hasta su muerte
frecuentará amigos uruguayos. Juana de Ibarbourou lo contó años
después de la muerte de la poetisa argentina: «En 1920 vino
Alfonsina por primera vez a Montevideo. Era joven y parecía alegre;
por lo menos su conversación era chispeante, a veces muy aguda, a
veces también sarcástica. Levantó una ola de admiración y
simpatía… Un núcleo de lo más granado de la sociedad y de la
gente intelectual la rodeó siguiéndola por todos lados. Alfonsina,
en ese momento, pudo sentirse un poco reina».
La
amistad de Quiroga, el escritor de la selva
En
1922, Alfonsina ya frecuentaba la casa del pintor Emilio Centurión,
de donde surgiría posteriormente el grupo Anaconda. Allí conoció,
seguramente, al escritor uruguayo Horacio Quiroga, que había llegado
de su refugio en San Ignacio, Misiones, durante el año 1916. Su
personalidad debió atraer a Alfonsina. Un hombre marcado por el
destino, perseguido por los suicidios de seres queridos, que, además,
se había atrevido a exiliarse en Misiones, e intentado allí forjar
un paraíso. En 1922, era ya el autor de sus libros más importantes,
Cuentos de la selva, Anaconda, El desierto. Vivía modestamente de
sus colaboraciones en diarios y revistas y desempeñó un papel
protagónico en el intento de profesionalizar la escritura. Alfonsina
había publicado sus libros Irremediablemente (1919) y Languidez
(1920).
La amistad con Quiroga fue la de dos seres distintos.
Cuenta Norah Lange que en una de sus reuniones, adonde iban todos los
escritores de la época, jugaron una tarde a las prendas. El juego
consistió en que Alfonsina y Horacio besaran al mismo tiempo las
caras de un reloj de cadena, sostenido por Horacio. Este, en un
rápido ademán, escamoteó el reloj precisamente en el momento en
que Alfonsina aproximaba a él sus labios, y todo terminó en un
beso. Quiroga la nombra frecuentemente en sus cartas, sobre todo
entre los años 1919 y 1922, y su mención la destaca de un grupo
donde había no sólo otras mujeres sino también otras escritoras.
Sin embargo, cuando Quiroga resuelve irse a Misiones en 1925,
Alfonsina no lo acompaña. Quiroga le pide que se vaya con él y
ella, indecisa, consulta con su amigo el pintor Benito Quinquela
Martín. Aquél, hombre ordenado y sedentario, le dice: «¿Con ese
loco? ¡No!».
Un nuevo camino para la poesía
En
el año 1923, la revista Nosotros, que lideraba la difusión de la
nueva literatura argentina, y con hábil manejo formaba la opinión
de los lectores, publicó una encuesta, dirigida a los que
constituyen «la nueva generación literaria». La pregunta está
formulada sencillamente: «¿Cuáles son los tres o cuatro poetas
nuestros, mayores de treinta años, que usted respeta
más?».
Alfonsina Storni tenía en ese entonces treinta y un
años recién cumplidos, es decir, que apenas bordeaba la cifra
exigida para constituirse en «maestro de la nueva generación». Su
libro Languidez, de 1920, había merecido el Primer Premio Municipal
de Poesía y el Segundo Premio Nacional de Literatura, lo que la
colocaba muy por encima de sus pares. Muchas de las respuestas a la
encuesta de Nosotros coinciden en uno de los nombres: Alfonsina
Storni.
Mil novecientos veinticinco fue el año de la
publicación de Ocre, un libro que marca un cambio decisivo en su
poesía. Desde hace dos años es profesora de Lectura y declamación
en la Escuela Normal de Lenguas Vivas, y su postura como escritora
está absolutamente afianzada entre el público y sus iguales. Por
aquella época muere José Ingenieros, y esto la deja un poco más
sola.
Hasta la casa de la calle Cuba llega una tarde la
chilena Gabriela Mistral. El encuentro debió ser importante para la
chilena, ya que publicó su relato ese año en El Mercurio. Llamó
por teléfono a Alfonsina antes de ir, y le impresionó gratamente su
voz, pero le habían dicho que era fea y entonces esperaba una cara
que no congeniara con la voz. Por eso cuando la puerta se abre
pregunta por Alfonsina, porque la imagen contradice a la advertencia.
«Extraordinaria la cabeza, recuerda, pero no por rasgos ingratos,
sino por un cabello enteramente plateado, que hace el marco de un
rostro de veinticinco años». Insiste: «Cabello más hermoso no he
visto, es extraño como lo fuera la luz de la luna a mediodía. Era
dorado, y alguna dulzura rubia quedaba todavía en los gajos blancos.
El ojo azul, la empinada nariz francesa, muy graciosa, y la piel
rosada, le dan alguna cosa infantil que desmiente la conversación
sagaz y de mujer madura». La chilena queda impresionada por su
sencillez, por su sobriedad, por su escasa manifestación de
emotividad, por su profundidad sin trascendentalismos. Y sobretodo
por su información, propia de una mujer de gran ciudad, «que ha
pasado tocándolo todo e incorporándoselo» (1).
El 20 de
marzo de 1927 se estrena su obra de teatro, que despertaba las
expectativas del público y de la crítica. El día del estreno
asistió el presidente Alvear con su esposa, Regina Pacini. Al día
siguiente la crítica se ensañó con la obra, y a los tres días
tuvo que bajar de cartel. El diario Crítica tituló «Alfonsina
Storni dará al teatro nacional obras interesantes cuando la escena
le revele nuevos e importantes secretos». La escritora se sintió
muy dolida por su fracaso, y trató de explicarlo atribuyéndole la
culpa al director y a los actores.
Años de
equilibrio
Alfonsina
intervino en la creación de la Sociedad Argentina de Escritores y su
participación en el gremialismo literario fue intensa. En 1928 viajó
a España en compañía de la actriz Blanca de la Vega, y repitió su
viaje en 1931, en compañía de su hijo. Allí conoció a otras
mujeres escritoras, y la poeta Concha Méndez le dedica algunos
poemas. En 1932, publicó sus Dos farsas pirotécnicas: Cimbelina y
Polixene y la cocinerita. Está tranquila, colabora en el diario
Crítica y en La Nación; sus clases de teatro son la rutina diaria,
y su rostro empieza a cambiar. Las canas cubren su cabeza y le dan un
aire diferente.
En 1931, el Intendente Municipal nombró a
Alfonsina jurado y es la primera vez que ese nombramiento recae en
una mujer. Alfonsina se alegra de que comiencen a ser reconocidas las
virtudes que la mujer, esforzadamente, demuestra. «La civilización
borra cada vez más las diferencias de sexo, porque levanta a hombre
y mujer a seres pensantes y mezcla en aquel ápice lo que parecieran
características propias de cada sexo y que no eran más que estados
de insuficiencia mental. Como afirmación de esta limpia verdad, la
Intendencia de Buenos Aires declara, en su ciudad, noble la condición
femenina», afirma Alfonsina en un diario al referirse a su
designación.
En la Peña del café Tortoni conoció a
Federico García Lorca, durante la permanencia del poeta en Buenos
Aires entre octubre de 1933 y febrero de 1934. Le dedicó un poema,
«Retrato de García Lorca», publicado luego en Mundo de siete pozos
(1934). Allí dice: «Irrumpe un griego /por sus ojos distantes (…).
Salta su garganta /hacia afuera /pidiendo /la navaja lunada /aguas
filosas (…). Dejad volar la cabeza, /la cabeza sola /herida de
hondas marinas /negras…».
El 20 de mayo de 1935 Alfonsina
fue operada de un cáncer de mama.
En 1936 se suicida Horacio
Quiroga y ella le dedicó un poema de versos conmovedores y que
presagian su propio final:
Morir como tú, Horacio, en tus
cabales,
Y así como en tus cuentos, no está mal;
Un rayo a
tiempo y se acabó la feria…
Allá dirán.
Más pudre el
miedo, Horacio, que la muerte
Que a las espaldas va.
Bebiste
bien, que luego sonreías…
Allá dirán.
El
final
El veintiséis de
enero de 1938, en Colonia, Uruguay, Alfonsina recibe una invitación
importante. El Ministerio de Instrucción Pública ha organizado un
acto que reunirá a las tres grandes poetisas americanas del momento,
en una reunión sin precedentes: Alfonsina, Juana de Ibarbourou y
Gabriela Mistral. La invitación pide «que haga en público la
confesión de su forma y manera de crear». Tiene que prepararse en
un día y, llena de entusiasmo, escribe su conferencia sobre una
valija que ha puesto en las rodillas. Divertida, encuentra un título
que le parece muy adecuado: «Entre un par de maletas a medio abrir y
las mancillas del reloj».
Hacia mitad de año apareció
Mascarilla y trébol y una Antología poética con sus poemas
preferidos. Los meses que siguen fueron de incertidumbre y temor por
la renuencia de la enfermedad. El 23 de octubre viajó a Mar del
Plata y hacia la una de la madrugada del martes veinticinco Alfonsina
abandonó su habitación y se dirigió al mar. Esa mañana, dos
obreros descubrieron el cadáver en la playa. A la tarde, los diarios
titulaban sus ediciones con la noticia: «Ha muerto trágicamente
Alfonsina Storni, gran poetisa de América». A su entierro
asistieron los escritores y artistas Enrique Larreta, Ricardo Rojas,
Enrique Banchs, Arturo Capdevila, Manuel Gálvez, Baldomero Fernández
Moreno, Oliverio Girondo, Eduardo Mallea, Alejandro Sirio, Augusto
Riganelli, Carlos Obligado, Atilio Chiappori, Horacio Rega Molina,
Pedro M. Obligado, Amado Villar, Leopoldo Marechal, Centurión,
Pascual de Rogatis, López Buchardo.
El 21 de noviembre de
1938, el Senado de la Nación rindió homenaje a la poeta en las
palabras del senador socialista Alfredo Palacios. Este
dijo:
«Nuestro progreso material asombra a propios y
extraños. Hemos construido urbes inmensas. Centenares de millones de
cabezas de ganado pacen en la inmensurable planicie argentina, la más
fecunda de la tierra; pero frecuentemente subordinamos los valores
del espíritu a los valores utilitarios y no hemos conseguido, con
toda nuestra riqueza, crear una atmósfera propicia donde puede
prosperar esa planta delicada que es un poeta».
Biodrafia recopilada de la pagina de internec los poetas.com.
Sueko