lunes, 28 de julio de 2025

LOS AMANTES EN LA FUENTE: Modesto Faustini 


ENEMIGO ÍNTIMO

Antonio Gala

 

Dice el amante en el amor palabras
que no entiende, mentiras
con que procura defender el brote
de su esperanza, rehecha en cada hora.
Antes de que el amor
desenmascare su voracidad
y en litigio se exprima la mandrágora,
del todo y para siempre
piensa nacer. Pero hay una sonrisa
por el aire que sabe la verdad.
No es el tiempo el que pasa,
sino el amante, y dura
la promesa tan solo
el instante que dura su expansión.
No somos dueños del amor, ni puede
el éxtasis morderse como un fruto.
Vuelve el amante en sí
y de su vieja soledad recobra
los fatales rincones. Le sorprende
el despreciado intruso
que a hurtarle vino su abundancia, y odia
la mano que hace poco reclamaba.
No somos dueños del amor: amamos
lo que podemos, pues la muerte y
el amor no se escogen. Presentimos
que los raudales de la soledad
volverán a correr aún más copiosos,
pero intentamos destronar la muerte
con el beso. Y en tanto
besamos, se nos vuela la mirada
hacia lo nuestro, que es el desamor
y su cierta inminencia.
Busca el amante introducirse en
el oculto recinto del amado
para salir del suyo y olvidarse.
Busca otra soledad y no la encuentra,
porque es la soledad el amor mismo
disfrazado de carne y de caricia,
alzando su clamor en el desierto.
Nada puede librarnos
de ese ajeno enemigo,
sino la luminosa muerte, donde
el fuego nos asume, recupera—
nos la quietud y en el silencio se hunden
las promesas de eterno amor. La muerte,
cuya serenidad
detiene la aventura enardecida
o el sonámbulo intento
del que ama. La muerte, cuya cera
no se funde al ardor de los abrazos.

sábado, 26 de julio de 2025



ARROYUELO AUTOR: ARNEY CARDENAS


A SOLAS

José Maria Gabriel y Galán

¡Qué bien se vive así! Pasan los días
sin dejar en el alma sedimentos
de insanas alegrías
ni de amargos tormentos...

Ni el placer emborracha los sentidos
con falsos espejismos, revestidos
de engañosa apariencia,
ni el dolor de vivir en este mundo
nos hace maldecir nuestra existencia.
¡Qué bien se vive así! Pasan las horas
tranquilas y serenas
cual ondas de arroyuelo bullidoras
que ruedan mansamente sobre arenas.

Ni mis pasos acecha un enemigo,
ni la calumnia sobre mí se ensaña,
ni me hiere a traición el falso amigo
que cuanto más me abraza, más me engaña.

¡Qué bien se vive así, sin ser testigo
de ese culto idolátrico del oro
que convierte en mercado la existencia
y nos hace vivir en la presencia
de miserias que ofenden el decoro
y escándalos que alarman la conciencia!

¡Qué bien se vive así; qué bien, Dios mío!
Ni me roba la farsa el albedrío,
ni tiene que estrechar mi honrada mano
la mano del ladrón y del impío
al par que la del hombre honrado y sano.
¡Qué bien se vive sólo a Dios amando,
en Dios viviendo y para Dios obrando!

La atmósfera serena
de esta amorosa soledad amena
de los ruidos del mundo está vacía,
pero Dios está en ella y Dios la llena
con hálitos de amor y de poesía.

Al alma no acongojan
las diarias mundanas tentaciones
que en los abismos del pecado arrojan
tantos flacos vencidos corazones.
Jamás conturban tan augusta calma
los fantasmas del odio y la perfidia,
ni la codicia ruin que seca el alma,
ni el espectro amarillo de la envidia:
jamás se oye rodar por el vacío
la maldecida voz, hija insolente
de la boca podrida del impío
y la boca soez del maldiciente.
¡Qué bien se vive así! La vida entera
se desvanece en Dios, su Sumo Dueño,
y nos abrasa de su amor la hoguera,
y el bien es fácil, el vivir risueño,
sabroso el pan, reparador el sueño
y dulce el esperar para el que espera.

Y en este grato estado
el espíritu está de Dios más lleno,
y el dolor suele ser más resignado,
y el placer es más puro y más sereno...
Calientan las entrañas
generosos deseos de ser bueno;
ansiedades extrañas
a que antes era el corazón ajeno;
misteriosas y nuevas impresiones
que tienen escondido
del alma en los más íntimos rincones
su delicioso nido;
sublimes explosiones
de amor universal, nunca sentido;
deseos de morirse resignado
a la Cruz abrazado;
infinita ternura
que hace llorar con llanto de dulzura;
fuego que el alma abrasa...,
salto desdén de la mundana escoria...
¡El hálito de Dios, que cuando pasa
nos deja la nostalgia de la gloria!

¡Qué bien así se vive, a Dios amando,
en Dios viviendo y para Dios obrando!

Mas, ¡ay!, cómo me olvido,
en estos pensamientos embebido,
de que este hermoso estado
del vivir «ni envidioso ni envidiado»
es para mí tan breve
que, pronto, sí, ¡desvanecerse debe!

Éste no es para mí perenne estado;
es, no más, un momento de reposo
al cuerpo y al espíritu cansado:
un descanso en un puerto
de este mar de la vida borrascoso,
¡un oasis en medio del desierto!
Después..., ¡después lo mismo!
¡A luchar otra vez por este mundo!
¡A saltar de un abismo en otro abismo,
con riesgo de rodar a lo profundo!...

Pero... ¿y si no rodara?
¿Y si Dios de la mano me llevara,
y humilde tras Él fuera,
y entre tantos abismos no cayera
y a la cumbre llegara?
¿Será más meritoria
la victoria sin lucha así lograda,
que la santa victoria
con lágrimas y sangre conquistada?

¡Oh, no; no vale tanto!
No se llega hasta el Dios tres veces Santo,
no se llega hasta Vos, ¡oh Dios Divino!,
por caminos de flores alfombrados.
¡Se llega con los pies ensangrentados

por las duras espinas del camino! 

sábado, 19 de julio de 2025

Pintura de Vincent Gogh


AMOR EN EL RECUERDO

Juan Luis Aba

 

Ya dora el suave terciopelo
de los campos sembrados,
reposan inertes los arados
y la tierra abraza al cielo.

La vereda de gris plata
se muestra y se esconde,
jugando a ser duende,
entre el cardo y la mata.

Vieja encina polvorienta,
levanta tu brazo al cielo
mientras que por el suelo
esparces bellotas magenta.

Allá, entre el bosquecillo,
una fina cinta de bronce
se retuerce en su cauce
orlada de tono amarillo.

En las ramas, calla el ave,
y enmudece la cigarra,
hasta parece que la tierra
nos hurta su cara grave.

Son las horas del silencio,
en las que tan solo truenan
y todo el paraje lo llenan,
gemidos de corazón necio.

Sollozos apenas sofocados
que queman como soles
hasta los retoños nobles
de mis amores soñados.

Vida prendida en la rama,
ilusiones apenas florecidas,
lágrima de agua bendecida
huida del amor del que ama.

Ya todo es ahora silencio,
solo me queda el recuerdo
de ese amor que te guardo,
al que idolatro y reverencio.

Ya dora el suave terciopelo
de los campos sembrados,
reposan inertes los arados

y la tierra abraza al cielo. 

jueves, 17 de julio de 2025

Pintura de José Aparicio: Señor del Biombo


EL HAMBRE ACTO II

Miguel Hernández

 

El hambre es el primero de los conocimientos:
tener hambre es la cosa primera que se aprende.
Y la ferocidad de nuestros sentimientos,
allá donde el estómago se origina, se enciende.

 

Uno no es tan humano que no estrangule un día
pájaros sin sentir herida en la conciencia:
que no sea capaz de ahogar en nieve fría
palomas que no saben si no es de la inocencia.

 

El animal influye sobre mí con extremo,
la fiera late en todas mis fuerzas, mis pasiones.
A veces, he de hacer un esfuerzo supremo
para acallar en mí la voz de los leones.

 

Me enorgullece el título de animal en mi vida,
pero en el animal humano persevero.
Y busco por mi cuerpo lo más puro que anida,
bajo tanta maleza, con su valor primero.

 

Por hambre vuelve el hombre sobre los laberintos
donde la vida habita siniestramente sola.
Reaparece la fiera, recobra sus instintos,
sus patas erizadas, sus rencores, su cola.

 

Arroja sus estudios y la sabiduría,
y se quita la máscara, la piel de la cultura,
los ojos de la ciencia, la corteza tardía
de los conocimientos que descubre y procura.

 

Entonces sólo sabe del mal, del exterminio.
Inventa gases, lanza motivos destructores,
regresa a la pezuña, retrocede al dominio
del colmillo, y avanza sobre los comedores.

 

Se ejercita en la bestia, y empuña la cuchara

Entonces sólo veo sobre el mundo una piara
de tigres, y en mis ojos la visión duele y pesa.

 

Yo no tengo en el alma tanto tigre admitido,
tanto chacal prohijado, que el vino que me toca,
el pan, el día, el hambre no tenga compartido
con otras hambres puestas noblemente en la boca.

 

Ayudadme a ser hombre: no me dejéis ser fiera
hambrienta, encarnizada, sitiada eternamente.
Yo, animal familiar, con esta sangre obrera
os doy la humanidad que mi canción presiente.