martes, 15 de julio de 2025


Pintura de José Aparicio de 1818: El Hambre de Madrid


EL HAMBRE ACTO I

Miguel Hernández

 

Tened presente el hambre: recordad su pasado
turbio de capataces que pagaban en plomo.
Aquel jornal al precio de la sangre cobrado,
con yugos en el alma, con golpes en el lomo.

El hambre paseaba sus vacas exprimidas,
sus mujeres resecas, sus devoradas ubres,
sus ávidas quijadas, sus miserables vidas
frente a los comedores y los cuerpos salubres.

Los años de abundancia, la saciedad, la hartura
eran sólo de aquellos que se llamaban amos.
Para que venga el pan justo a la dentadura
del hambre de los pobres aquí estoy, aquí estamos.

Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente,
los que entienden la vida por un botín sangriento:
como los tiburones, voracidad y diente,
panteras deseosas de un mundo siempre hambriento.

Años del hambre han sido para el pobre sus años.
Sumaban para el otro su cantidad los panes.
Y el hambre alobadaba sus rapaces rebaños
de cuervos, de tenazas, de lobos, de alacranes.

Hambrientamente lucho yo, con todas mis brechas,
cicatrices y heridas, señales y recuerdos
del hambre, contra tantas barrigas satisfechas:
cerdos con un origen peor que el de los cerdos.

Por haber engordado tan baja y brutalmente,
más abajo de donde los cerdos se solazan,
seréis atravesados por esta gran corriente
de espigas que llamean, de puños que amenazan.

No habéis querido oír con orejas abiertas
el llanto de millones de niños jornaleros.
Ladrábais cuando el hambre llegaba a vuestras puertas
a pedir con la boca de los mismos luceros.

En cada casa, un odio como una higuera fosca,
como un tremante toro con los cuernos tremantes,
rompe por los tejados, os cerca y os embosca,

y os destruye a cornadas, perros agonizantes. 

viernes, 11 de julio de 2025

Pintura Segadoras de: Adria Torres Capsada


UNA NIÑA MENOS

Pedro Antonio de Alarcón


A la vuelta de las viñas,
—cuando yo estuve en mi pueblo—
Dolores se quedó atrás,
sola con sus pensamientos.

Delante iban mis hermanas,
cantando, hablando, riendo...
y yo me acerqué a Dolores
y la contemplé en silencio.

No era ya la alegre niña
que me despidió con besos
y se dormía en mis brazos
fatigada de sus juegos...

Triste y muda la encontraba...
bajaba sus ojos negros...
y respeto me infundía
de su voluptuoso cuerpo.

Juntos por los olivares
caminamos mucho tiempo:
la soledad nos cercaba...
y la tarde iba cayendo.

—«Dolores, (le dije entonces)
¿cuántos años tienes?» — «Tengo
(me respondió avergonzada)
diez y seis años y medio».

Y volvimos a callar,
y salió el primer lucero,
y el canto de mis hermanas
sonaba lejos, muy lejos...

Dolores no me amó entonces,
y quiso a otros hombres luego:
después estuvo casada:
hoy me aseguran que ha muerto.

Recuerdo que un día me dijo:
«tú me miraste el primero,
y desde aquella mirada

existió una niña menos». 

martes, 8 de julio de 2025

Pintura; Casa Museo de Agustín Lara, Veracruz


CASA DE VERACRUZ

Felipe Benítez Reyes

 

Entré en la casa blanca con mi incierta
llave de cristal frío,
la memoria.
                          Se mecía
el toldo sobre el patio
como un jirón de niebla. Se mecía
el caballo —qué roto— de cartón
en el cuarto de juego.
                                            Y nada era
nítido allí ni vago, pues los ojos
miran con lente propia los dominios
del cadáver del tiempo,
y nada para el ojo es tan real como la nada,
esa nada que vuela
como un ave enjaulada por la casa vacía,
llena de eternidad agonizante.

La vida que allí estuvo no parece
sino una densidad de desamparo
ante la mano helada del tiempo, engalanada
con anillos que arrojan
el veneno veloz de la melancolía
en la copa que estamos apurando.
Esa mano que pasa
por los juguetes rotos y los muebles,
por el globo terráqueo de marfil
y por los trajes de los muertos,
hieráticos y huecos como estatuas de nadie.

Extraño en ese mundo clausurado,
oí el tiempo moverse.
Su paso de reptil en los espejos.
Y fui abriendo las puertas,
palpando oscuridades ostentosas
exhibidas allí como un resplandor negro,
y supe que era el huésped
de una rancia tiniebla
oculta en mi memoria como un borrón de espanto.

Y andaban por la casa mis vampiros,
rugían por la casa mis monstruos siderales,
velaban como arañas de ceniza
las brujas de los cuentos,
                                              los licántropos
mostraban sus colmillos como puntas de estrella.

Y andaban por allí, vacías sus miradas, los difuntos
con rostros congelados en el hielo
de las fotografías.

Y supe que era el dueño de la niebla.
Y tomé posesión de mi memoria.

Cerré la casa blanca con mi llave
—tan fría— de cristal, y ahora no tengo
un lugar en que pueda morir
rodeado de aquellos que me tienden sus manos

desde la orilla turbia que empiezo a divisar. 

sábado, 5 de julio de 2025

Pintura de: Fernando Botero


AL AMOR DE MI FAMILIA

Julio Biosca

 

Que nada, ni nadie, engañe tu vanidad
lo único que queda al final de la vida
después de esa «dura jornada»
es una fría losa cubriendo los despojos
muchas veces de un pobre corazón roto
otras de una mano miserable
las menos de un rostro bondadoso...

¡Que misterio tan insondable es la vida!
¡y que cruel la muerte sin sentido!
en este valle de locos…

Y que difícil es comprender
que no vale de nada luchar
y creer…
en un mundo
bueno, justo…
generoso…
entre tanta desdicha
entre tanto despropósito

Al final, sólo por vuestro mor viviré
y por eso,  sobre todo
abrazado a vuestras manos
seguiré…

hasta que termine todo…