"Sumérgete en el océano de emociones tejido por palabras, donde cada verso es un eco del alma y cada estrofa es un viaje hacia la profundidad del corazón: Bienvenido al santuario de la poesía, donde los sueños danzan entre líneas y los sentimientos florecen en cada palabra."

miércoles, 29 de febrero de 2012

El Escudo de la Ciudad



Al comienzo no faltó el orden en los preparativos para construir la Torre de Babel; orden en exceso quizá. Se preocuparon demasiado de los guías e intérpretes, de los alojamientos para obreros, y de vías de comunicación, como si para la tarea hubieran dispuesto de siglos. En aquella época todo el mundo pensaba que se podía construir con mucha calma; un poco más y habrían desistido de todo, hasta de echar los cimientos. La gente se decía: lo más importante de la obra es la intención de construir una torre que llegue al cielo. Lo otro, es deseo, grandeza, lo inolvidable; mientras existan hombres en la tierra, existirá también el ferviente deseo de terminar la torre. Por lo cual no tiene que inquietarnos el porvenir. Por lo contrario, pensemos en el mayor conocimiento de las próximas generaciones; la arquitectura ha progresado y continuará haciéndolo; de aquí a cien años el trabajo que ahora nos tarda un año se podrá hacer seguramente en unos meses, mas durable y mejor. Entonces ¿para qué agotarnos ahora? El empeño se justificaría si cupiera la posibilidad de que en el transcurso de una generación se pudiera terminar la torre. Cosa totalmente imposible; lo más probable será que la nueva generación, con sus conocimientos más perfeccionados, condene el trabajo de la generación anterior y destruya todo lo construido, para comenzar de nuevo.

Esas lucubraciones restaron energías, y se pensó ya menos en construir la torre que en levantar una ciudad para obreros. Más cada nacionalidad deseaba el mejor barrio, lo que originó disputas que terminaban en peleas sangrientas. Esas peleas no tenían ningún objeto; algunos dirigentes estimaban que demoraría muchísimo la construcción de la torre, y otros, que más convenía aguardar a que se restableciera la paz . Pero no solo ocupaban el tiempo en pelear; en las treguas embellecían la ciudad, lo que a su vez daba motivo a nuevas envidias y nuevas polémicas. Así transcurrió el tiempo de la primera generación, pero ninguna de las otras siguientes tampoco varió; solo desarrollaron más la habilidad técnica, y unido a eso, la belicosidad. A pesar de que la segunda o tercera generación comprendió lo insensato de construir una torre que llegara al cielo, ya estaban todos demasiado comprometidos para dejar abandonados los trabajos y la ciudad.
En todas sus leyendas y cantos, esa ciudad tiene la esperanza de que llegue un día, especialmente vaticinado, en el cual cinco golpes asestados en forma sucesiva por el puño de una mano gigantesca, destruirán la mencionada ciudad. Y es por eso que el puño aparece en su escudo de armas.

Franz Kafka

martes, 28 de febrero de 2012

El Rey Chico




—Reduán, bien se te acuerda
que me diste la palabra
que me darías a Jaén
en una noche ganada.
Reduán, si tú lo cumples,
daréte paga doblada,
y si tú no lo cumplieres,
desterrarte he de Granada;
echarte he en una frontera,
do no goces de tu dama.
Reduán le respondía
sin demudarse la cara:
-Si lo dije, no me acuerdo,
mas cumpliré mi palabra.
Reduán pide mil hombres,
el rey cinco mil le daba.
Por esa puerta de Elvira
sale muy gran cabalgada.
¡Cuánto del hidalgo moro!
¡Cuánta de la yegua baya!
¡Cuánta de la lanza en puño!
¡Cuánta de la adarga blanca!
¡Cuánta de marlota verde!
¡Cuánta aljuba de escarlata!
¡Cuánta pluma y gentileza!
¡Cuánto capellar de grana!
¡Cuánto bayo borceguí!
¡Cuánto lazo que le esmalta!
¡Cuánta de la espuela de oro!
¡Cuánta estribera de plata!
Toda es gente valerosa
y experta para batalla:
en medio de todos ellos
va el rey Chico de Granada.
Míranlo las damas moras
de las torres del Alhambra.
La reina mora, su madre,

de esta manera le habla:
-Alá te guarde, mi hijo,
Mahoma vaya en tu guarda,
y te vuelva de Jaén
libre, sano y con ventaja,
y te dé paz con tu tío,
señor de Guadix y Baza.

Anónimo

domingo, 26 de febrero de 2012

La Escuela del Hambre


Un Pastor que no tenía con qué alimentar a su familia se acuerda de una vieja  costumbre, que promete una fuerte recompensa al que sea capaz de desafiar y vencer al maestro de una escuela de sable.
Aunque no había tocado un arma en su vida, el Pastor hambriento desafía al maestro más famoso de la región. El día fijado, delante de un público numeroso, los dos hombres se enfrentan. El Pastor, no se muestra  nada impresionado por la reputación de su adversario, lo espera a pie firme, mientras que el maestro de sable esta  un poco turbado por tal  comportamiento.
"¿Quién será este hombre?", piensa. "Jamás ningún villano hubiera tenido el valor de desafiarme. ¿No será una trampa de mis enemigos?"
El Pastor, acuciado por el hambre, se adelanta resueltamente hacia su rival. El Maestro duda, desconcertado por la total ausencia de técnica de su adversario. Finalmente, retrocede movido por el miedo. Antes incluso del primer asalto, el Maestro siente que será vencido. Baja su sable y dice:
-Usted es el vencedor. Por primera vez en mi vida he sido abatido. Entre todas las escuelas de sable, la mía es la más renombrada. Es conocida con el nombre de "La que en un solo gesto te llevas diez mil golpes". ¿Puedo preguntarle, respetuosamente, el nombre de su escuela?
-La escuela del hambre -responde el Pastor.

Sueko

viernes, 24 de febrero de 2012

En un Cementerio de Lugar Castellano




Corral de muertos, entre pobres tapias,
        hechas también de barro,
pobre corral donde la hoz no siega,
sólo una cruz, en el desierto campo
        señala tu destino.
  Junto a esas tapias buscan el amparo
del hostigo del cierzo las ovejas
al pasar trashumantes en rebaño,
y en ellas rompen de la vana historia,
como las olas, los rumores vanos.
        Como un islote en junio,
        te ciñe el mar dorado
de las espigas que a la brisa ondean,
y canta sobre ti la alondra el canto
        de la cosecha.
Cuando baja en la lluvia el cielo al campo
baja también sobre la santa hierba
        donde la hoz no corta,
de tu rincón, ¡pobre corral de muertos!,
y sienten en sus huesos el reclamo
        del riego de la vida.
Salvan tus cercas de mampuesto y barro
        las aladas semillas,
o te las llevan con piedad los pájaros,
y crecen escondidas amapolas,
clavelinas, magarzas, brezos, cardos,
entre arrumbadas cruces,
no más que de las aves libres pasto.
Cavan tan sólo en tu maleza brava,
        corral sagrado,
para de un alma que sufrió en el mundo
        sembrar el grano;
        luego sobre esa siembra
        ¡barbecho largo!
Cerca de ti el camino de los vivos,
no como tú, con tapias, no cercado,
        por donde van y vienen,
        ya riendo o llorando,
¡rompiendo con sus risas o sus lloros
el silencio inmortal de tu cercado!
Después que lento el sol tomó ya tierra,
y sube al cielo el páramo
a la hora del recuerdo,
al toque de oraciones y descanso,
        la tosca cruz de piedra
        de tus tapias de barro
queda, como un guardián que nunca duerme,
de la campiña el sueño vigilando.
        No hay cruz sobre la iglesia de los vivos,
en torno de la cual duerme el poblado;
la cruz, cual perro fiel, ampara el sueño
de los muertos al cielo acorralados.
¡Y desde el cielo de la noche, Cristo,
        el Pastor Soberano,
con infinitos ojos centelleantes,
recuenta las ovejas del rebaño!
¡Pobre corral de muertos entre tapias
        hechas del mismo barro,
sólo una cruz distingue tu destino
en la desierta soledad del campo!

Miguel de Unamuno

miércoles, 22 de febrero de 2012

Elegia del Muerto Juvenil




Has muerto. Y todavía te envolvías
en un aire tembloroso de promesa y sonrisa.
Has muerto. Y todavía tu risa
era un torrente de vida no vivida.
¡Oh corazón, que ligero flotaba
como un niño adormecido
sobre el agua cambiante del momento!
¡Oh corazón, nunca hastiado,
no cargado de dolores y experiencia,
no maduro ya de muerte preparado!
¡Oh corazón, cada día nuevo
como la maravilla de la vida rubia que,
imprevista nace con un rumor de frondas
y carreras y persigue y burla,
escapa y vuelve, y ríe, y tiembla!
Has muerto. Y todavía brillaba en tus ojos
la sorpresa de vivir, de tener un nombre,
un cuerpo, un tiempo, un amor no agotado
para esta variedad de días claros.
Has muerto. Has muerto compañero
y hoy todavía te veo aturdido,
preguntando inocente si es cierto.

Gabriel Celaya. Zaragoza, 1938.

lunes, 20 de febrero de 2012

Evelyne


      

Sentada ante la ventana, miraba cómo la noche invadía la avenida. Su cabeza se apoyaba contra las cortinas de la ventana, y tenía en la nariz el olor de la polvorienta cretona. Estaba sentada.
Pasaba poca gente: el hombre de la última casa pasó rumbo a su hogar, oyó el repiqueteo de sus pasos en el pavimento de hormigón y luego los oyó crujir sobre el sendero de grava que se extendía frente a las nuevas casas rojas. Antes había allí un campo, en el que ellos acostumbraban jugar con otros niños. Después, un hombre de Belfast compró el campo y construyó casas en él: casas de ladrillos brillantes y techos relucientes, y no pequeñas y oscuras como las otras. Los niños de la avenida solían jugar juntos en aquel campo; los Devine, los Water, los Dunn, el pequeño lisiado Keogh, ella, sus hermanos y hermanas. Sin embargo, Ernest jamás jugaba: era demasiado grande. Su padre solía echarlos del campo con su bastón de ciruelo silvestre; pero por lo general el pequeño Keogh era quien montaba guardia y avisaba cuando el padre se acercaba. Pese a todo, parecían haber sido bastante felices en aquella época. Su padre no era tan malo entonces, y, además, su madre vivía. Hacía mucho tiempo de aquello. Ella, sus hermanos y hermanas se habían transformado en adultos; la madre había muerto. Tizzie Dunn había muerto también, y los Water regresaron a Inglaterra. Todo cambia. Ahora ella se aprestaba a irse también, a dejar su hogar.
¡Su hogar! Miró a su alrededor, repasando todos los objetos familiares que durante tantos años había limpiado de polvo una vez por semana, mientras se preguntaba de dónde provendría tanto polvo. Tal vez no volvería a ver todos aquellos objetos familiares, de los cuales jamás hubiera supuesto verse separada. Y sin embargo, en todos aquellos años, nunca había averiguado el nombre del sacerdote cuya foto amarillenta colgaba de la pared, sobre el viejo armonio roto, y junto al grabado en colores de las promesas hechas a la beata Margaret Mary Alacoque. El sacerdote había sido compañero de colegio de su padre. Cada vez que éste mostraba la fotografía a su visitante, agregaba de paso:
-En la actualidad está en Melbourne.
Ella había consentido en partir, en dejar su hogar. ¿Era prudente? Trató de sopesar todas las implicaciones de la pregunta. De una u otra forma, en su hogar tenía techo y comida, y la gente a quien había conocido durante toda su existencia. Por supuesto que tenía que trabajar mucho, tanto en la casa como en su empleo. ¿Qué dirían de ella en la tienda, cuando supieran que se había ido con un hombre? Pensarían tal vez que era una tonta, y su lugar sería cubierto por medio de un anuncio. La señorita Gavan se alegraría. Siempre le había tenido un poco de tirria y lo había demostrado en especial cuando alguien escuchaba.
-Señorita Hill, ¿no ve que estas damas están esperando?
-Muéstrese despierta, señorita Hill, por favor.
No lloraría mucho por tener que dejar la tienda.
Pero en su nuevo hogar, en un país lejano y desconocido, no sería así. Luego se casaría; ella, Eveline. Entonces la gente la miraría con respeto. No sería tratada como lo había sido su madre. Aún ahora, y aunque ya tenía más de 19 años, a veces se sentía en peligro ante la violencia de su padre. Ella sabía que eso era lo que le había producido palpitaciones. Mientras fueron niños, su padre nunca la maltrató, como acostumbraba a hacerlo con Harry y Ernest, porque era una niña; pero después había comenzado a amenazarla y a decir que se ocupaba de ella sólo por el recuerdo de su madre. Y en el presente ella no tenía quién la protegiera: Ernest había muerto, y Harry, que se dedicaba a decorar iglesias, estaba casi siempre en algún punto distante del país. Además, las invariables disputas por dinero de los sábados por la noche comenzaban a fastidiarla sobre manera. Ella siempre aportaba todas sus entradas -siete chelines- y Harry enviaba sin falta lo que podía; el problema era obtener algo de su padre. Éste la acusaba de malgastar el dinero, decía que no tenía cabeza y que no le daría el dinero que había ganado con dificultad para que ella lo tirara por las calles; y muchas otras cosas, porque generalmente él se portaba muy mal los sábados por la noche. Terminaba por darle el dinero y preguntarle si no pensaba hacer las compras para el almuerzo del domingo. Entonces ella debía salir corriendo para hacer las compras, mientras sujetaba con fuerza su bolso negro abriéndose paso entre la multitud, para luego regresar a casa tarde y agobiada bajo su carga de provisiones. Le había dado mucho trabajo atender la casa y hacer que los dos niños que habían sido dejados a su cuidado fueran a la escuela regularmente y comieran con la misma regularidad. Era un trabajo pesado -una vida dura-, pero ahora que estaba a punto de partir no le parecía ésa una vida del todo indeseable.
Iba a ensayar otra vida; Frank era muy bueno; viril y generoso. Ella se iría con él en el barco de la noche, para ser su mujer y para vivir juntos en Buenos Aires, donde él tenía un hogar que aguardaba. Recordaba muy bien la primera vez que lo había visto; había alquilado una habitación en una casa de la calle principal; y ella solía hacer frecuentes visitas a la familia que vivía allí. Parecía que hubieran transcurrido sólo pocas semanas. Él estaba en la puerta de la verja, con su gorra de visera echada sobre la nuca, y el pelo le caía sobre el rostro bronceado. Así se conocieron. Él acostumbraba encontrarla a la salida de la tienda todas las tardes, y la acompañaba hasta su casa. La llevó a ver La Niña Bohemia, y ella se sintió endiosada al sentarse junto a él en las butacas más caras del teatro. Él tenía gran afición por la música y cantaba bastante bien. La gente sabía que estaban en relaciones y, cuando él cantaba la canción de la muchacha que ama a un marino, ella se sentía siempre agradablemente confusa. Él, en broma, la llamaba "Poppens" (amapola). Al principio, para ella resultó emocionante tener un amigo, y luego él comenzó a gustarle. Conocía relatos de países distantes. había comenzado como grumete por una libra mensual en un barco de la Altan Lines que iba al Canadá. Le nombró los barcos en los que había trabajado y enumeró las diversas compañías. Había navegado a través del estrecho de Magallanes, y relató anécdotas de los terribles indios patagones; tuvo suerte en Buenos Aires, dijo, y sólo había vuelto a su patria para pasar las vacaciones. Naturalmente, el padre de ella se enteró, y le prohibió, terminantemente, continuar tales relaciones.
-Conozco a esos marineros... -dijo.
Un día, su padre discutió con Frank, y después de eso ella tuvo que encontrarse en secreto con su enamorado.
La tarde se oscurecía en la avenida. La blancura de las dos cartas que tenía sobre el regazo se iba desvaneciendo. Una de las cartas era para Harry. Su padre había envejecido últimamente, según había notado; la extrañaría. A veces se portaba muy bien. No hacía mucho, una vez que ella debió permanecer en cama durante un día, él le había leído en voz alta una historia de fantasmas y le había preparado tostadas sobre el fuego. Otro día, cuando su madre aún vivía, fueron a merendar a la colina de Howth. Recordaba a su padre poniéndose el sombrero de la madre para hacer reír a los niños.
El tiempo transcurría, pero ella continuaba sentada junto a la ventana con la cabeza apoyada en la cortina, aspirando el olor de la polvorienta cretona. Lejos, en la avenida, podía oír un organillo callejero. Conocía la melodía. Era extraño que justo esa noche volviera para recordarle la promesa hecha a su madre: la de atender la casa mientras pudiera. Recordó la última noche de enfermedad de su madre; estaba en el cerrado y oscuro cuarto situado del otro lado del vestíbulo, y había oído afuera una melancólica canción italiana. Dieron al organillo seis peniques para que se alejara. Recordó la exclamación de su padre, cuando volvió al cuarto de la enferma.
-¡Malditos italianos! ¡Ni siquiera aquí nos dejan en paz!
Mientras meditaba, la lastimosa visión de la vida de su madre trazaba una huella en la esencia misma de su propio ser; aquella vida de sacrificios intrascendentes que desembocó en la locura final. Se estremeció mientras oía otra vez la voz de su madre repitiendo una y otra vez, con estúpida insistencia, las voces irlandesas:
-¡Derevaun Seraun! ¡Derevaun Seraun!
Se puso de pie con súbito impulso de terror. ¡Escapar, debía escapar! Frank la salvaría. Él le daría vida, tal vez amor también. Pero deseaba vivir. ¿Por qué había de ser desgraciada? Tenía derecho a ser feliz. Frank la tomaría en sus brazos, la estrecharía en sus brazos. La salvaría.
Estaba en medio de la movediza multitud, en el muelle del North Wall. Él la tenía de la mano, y ella sabía que él le hablaba, que le decía con insistencia algo acerca del pasaje. El muelle estaba lleno de soldados con mochilas pardas. A través de las abiertas puertas de los galpones, entrevió la masa negra del barco, inmóvil junto al muelle y con los ojos de buey iluminados. No respondió. Sentía sus mejillas pálidas y frías y, desde un abismo de angustia, rogaba a Dios que la guiara, que le señalara su deber. El barco lanzó una larga pitada fúnebre en la niebla. Si se iba, mañana estaría en el mar, con Frank, rumbo a Buenos Aires . Sus pasajes habían sido reservados. ¿Podía volverse atrás, después de todo lo que Frank había hecho por ella? La angustia le produjo náuseas, y siguió moviendo los labios en silenciosa y ferviente plegaria. Sonó una campana, que le estremeció el corazón. Sintió que él la tomaba de la mano.
-¡Ven!
Todos los mares del mundo se agitaron alrededor de su corazón. Él la conducía hacia ellos, la ahogaría. Se tomó con ambas manos de la verja de hierro.
-¡Ven!
¡No! ¡No! ¡No! Imposible. Sus manos se aferraron al hierro, frenéticamente. Desde el medio de los mares que agitaban su corazón, lanzó un grito de angustia.
-¡Eveline! ¡Evy!
Él se precipitó detrás de la barrera y le gritó que lo siguiera. La gente le chilló para que él continuara caminando, pero Frank seguía llamándola. Ella volvió su pálida cara hacia él, pasiva, como animal desamparado. Sus ojos no le dieron ningún signo de amor, ni de adiós, ni de reconocimiento.

James Joyce

sábado, 18 de febrero de 2012

El cielo



Un hombre, su caballo y su perro, caminaban por una calle. Después de mucho caminar, el hombre se dio cuenta de que los tres habían muerto en un accidente.

Hay veces que lleva un tiempo para que los muertos se den cuenta de su nueva condición. La caminata era muy larga, cuesta arriba. El sol era fuerte y los tres estaban empapados en sudor y con mucha sed. Precisaban desesperadamente agua. En una curva del camino, avistaron un portón magnífico, todo de mármol, que conducía a una plaza calzada con bloques de oro, en el centro de la cual había una fuente de donde brotaba agua cristalina. El caminante se dirigió al hombre que desde una garita cuidaba de la entrada.
-Buen día -dijo el caminante.
-Buen día -respondió el hombre.
-¿Qué lugar es este, tan lindo? -preguntó el caminante.
-Esto es el cielo -fue la respuesta.
-Qué bueno que llegamos al cielo, estamos con mucha sed -dijo el caminante.
-Usted puede entrar a beber agua a voluntad -dijo el guardián, indicándole la fuente.
-Mi caballo y mi perro también están con sed.
-Lo lamento mucho -le dijo el guarda-. Aquí no se permite la entrada de animales.
El hombre se sintió muy decepcionado porque su sed era grande. Mas él no bebería, dejando a sus amigos con sed. De esta manera, prosiguió su camino. Después de mucho caminar cuesta arriba, con la sed y el cansancio multiplicados, llegaron a un sitio cuya entrada estaba marcada por un portón viejo semiabierto. El portón daba a un camino de tierra, con árboles de ambos lados que le hacían sombra. A la sombra de uno de los árboles, un hombre estaba recostado, con la cabeza cubierta por un sombrero; parecía que dormía...
-Buen día -dijo el caminante.
-Buen día -respondió el hombre.
-Estamos con mucha sed, mi caballo, mi perro y yo
-Hay una fuente en aquellas piedras -dijo el hombre indicando el lugar-. Pueden beber a voluntad.
El hombre, el caballo y el perro fueron hasta la fuente y saciaron su sed.
-Muchas gracias -dijo el caminante al salir.
-Vuelvan cuando quieran -respondió el hombre.
-A propósito -dijo el caminante- ¿cuál es el nombre de este lugar?
-Cielo -respondió el hombre.
-¿Cielo? ¡Mas si el hombre en la guardia de al lado del portón de mármol me dijo que allí era el cielo!
-Aquello no es el cielo, aquello es el infierno.
El caminante quedó perplejo. Dijo:
-Esa información falsa debe causar grandes confusiones.
-De ninguna manera -respondió el hombre-. En verdad ellos nos hacen un gran favor. Porque allí quedan aquellos que son capaces de abandonar a sus mejores amigos.
Sueko

jueves, 16 de febrero de 2012

El Hombre de Vida Inexplicable



Había una vez un hombre  que se llamaba Thai . Vivía en una aldea en la que había obtenido un puesto como pequeño funcionario y parecía muy probable que fuese a terminar sus días como inspector de pesas y medidas. Una tarde, cuando estaba caminando por los jardines de un viejo edificio cerca de su casa, se le apareció el guía de reiki, vestido con una túnica de brillantes  blanca, Thai se encontró con el y el guía le dijo:
-Hombre de brillantes perspectivas, deja tu trabajo y encuéntrame junto a la ribera del río dentro de tres días.
Y desapareció.
Thai fue a ver a su superior, conmovido por este encuentro, y le dijo que tenía que partir. Todo el mundo en la aldea se enteró pronto de esta decisión, y dijeron: "Pobre Thai, se ha vuelto loco". Pero como había muchos candidatos para su puesto no tardaron en olvidarlo. En el día señalado Thai se encontró con el guía, quien le dijo:
-Quítate las ropas y arrójate al río. Quizás alguien te salvará.
Thai lo hizo sin hesitar, aunque se preguntaba si se había vuelto loco. Puesto que sabía nadar no se hundió, pero fue arrastrado por las aguas largamente antes de que un pescador lo hiciera subir a su bote y le dijera:
-Hombre loco, la corriente es muy fuerte, ¿qué estás tratando de hacer?
Thai dijo:
-Realmente no lo sé.
-Estás loco -dijo el pescador-, pero te llevaré a mi cabaña junto al río, y veremos qué puedo hacer por ti.
Cuando el pescador descubrió que Thai hablaba bien, aprendió de él a leer y a escribir. En cambio le dio alimento y un lugar donde habitar. Thai ayudaba al pescador en su trabajo. Después de unos pocos meses el guía volvió a aparecer, esta vez al pie de la cama de Thai, y le dijo:
-Levántate y deja a este pescador. Ya veremos qué se hace contigo.
Thai salió inmediatamente de la cabaña, se vistió como pescador y vagabundeó hasta llegar a una carretera. Cuando se hizo el día vio a un agricultor en un burro en su camino hacia el mercado.
-¿Buscas trabajo? -le preguntó el agricultor-, porque necesito a un hombre que me ayude para traer de vuelta algunas compras que debo hacer.
Thai lo siguió. Trabajó para el agricultor durante casi dos años, tiempo en el cual aprendió bastante sobre agricultura, pero sobre ninguna otra cosa. Un atardecer, mientras estaba limpiando algodón, se le apareció el guía y le dijo:
-Deja este trabajo, ve a la ciudad de Maduo y usa los ahorros para convertirte en un mercader de pieles.
Thai obedeció. En Maduo se hizo conocido como mercader de pieles y no volvió a ver al guía durante tres años. Había ahorrado una suma considerable de dinero y estaba pensando en comprar una casa, cuando el guía volvió a aparecérsele y le dijo:
-Dame tu dinero. Vete de esta ciudad. Ve tan lejos como Beijing, y trabaja allí como almacenero.
Thai lo hizo. En realidad empezó a mostrar signos bastante ciertos de iluminación. Curaba a los enfermos, servía a sus conciudadanos y durante su tiempo libre notaba que los misterios se iban profundizando en él cada vez más acentuadamente. Filósofos, hombres de negocios, lo visitaban y le preguntaban:
-¿Con quién estudiaste?
-Es difícil decirlo -contestaba Thai
Sus discípulos le preguntaban:
-¿Cómo empezaste tu carrera?
Él decía:
-Como un pequeño funcionario.
-¿Y la abandonaste para dedicarte a la mortificación?
-No. Simplemente la abandoné -decía Thai
Y sus discípulos no lo entendían. La gente se le acercaba para escribir la historia de su vida.
-¿Qué has sido en tu vida? -le preguntaban.
-Salté a un río, me convertí en pescador; después me fui de una cabaña en la mitad de una noche; después de esto me volví agricultor, y mientras estaba limpiando algodón cambié y fui a Maduo, donde me convertí en un mercader en pieles. Ahorré algún dinero allí, pero lo dejé, y después vine a Beijing y trabajé como almacenero. Y aquí es donde estoy ahora.
-Pero esta conducta inexplicable no ilumina para nada tus dones tan extraños y tus ejemplos maravillosos, decían los biógrafos.
-Así es -decía Thai.
De tal suerte, los biógrafos organizaron para Thai una historia muy excitante y maravillosa, porque todos los santos deben tener su historia, y la historia debe estar de acuerdo con el apetito del oyente, no con las realidades de la vida. Y nadie puede hablar del guía directamente. Tal es la razón por la cual esa historia no es cierta. Es una representación de la vida.
Esta es la verdadera vida de uno de los más grandes Dalai Lama que ha dado el Tíbet.




martes, 14 de febrero de 2012

MARIA


El tren se aleja, en él viaja María, el amor de mi  vida, no pude retenerla por más que le suplique, se canso de esperar un cambio en mí que nunca llego, ahora solo en la estación, pienso en todo lo que pude hacer y no hice, que fácil es pensar lo que se puede hacer, con lo difícil que es hacer lo que se piensa.
Llevábamos veinte años viviendo juntos, desde la época de estudiantes en la universidad, la conocí el tercer año de carrera, empezamos a salir y después de terminar, decidimos irnos a vivir juntos como pareja. Éramos felices, vivíamos en una ciudad pequeña y tranquila de la costa brava, no estábamos casados y tampoco teníamos hijos.
Vivimos años maravillosos, viajamos por todo el mundo, teníamos una posición social bastante buena, ambos éramos profesores de universidad, así que cuando llegaban las vacaciones, nos dedicábamos a viajar, visitamos todos los continentes, conocimos otras culturas y  otras formas de vida.
El ultimo viaje lo realizamos a Perú, para ir  a ver el Machu Picchu, quedamos impresionado de la cultura MAYA, pero el destino nos tenia preparado una sorpresa que marco nuestras vidas.  Era una mañana temprano, viajábamos en el coche dirección al Cuzco, el valle sagrado de los Incas, nos la encontramos en medio del camino, iba sola con dos hijos pequeños, la  tuvimos que ayudar a dar a luz a su octavo hijo,  la atendimos y después  la acompañamos a su casa.
 Su familia nos recibió con cariño, después de saber lo que habíamos hecho, celebraron una fiesta en honor a nosotros, pasamos quince días en la aldea rodeado de todos los vecinos que nos agasajaban y nos atendían como si fuéramos dioses, María no se separaba de la niña, la madre le puso su nombre en honor a nosotros, y dijo que nunca nos olvidaría, después de llenarnos de regalos partimos con destino a casa.
Ya nada fue igual, ella no paraba hablar de su ahijada, de lo hermoso que seria tener sus propios hijos, que si se hacia vieja y no iba a conocer  lo que se sentía a ser madre, que su madre le decía que lo mas hermoso era cuando abrazabas a tu hijo recién nacido de tus entrañas.


 Ella quería tener dos hijos, decía que era lo que nos faltaba para ser realmente felices, yo le daba largas, le decía que cuando llegara el momento los tendríamos, pero mi estúpida vanidad no me dejaba ver, que María se estaba alejando poco a poco de mi, no quería compartir el amor que sentía por ella con nadie mas, ahora me doy cuenta de mi error y lo hipócrita que llegue a ser.
Estoy solo en el andén, y tengo decidido coger el próximo tren para ir a buscarla, no quiero pasar el resto de mi vida sin María, tendremos hijos, que después de todo ¿hay algo más “hermoso en la vida que ser Padres”?

 Sueco

domingo, 12 de febrero de 2012

El Asno



Nunca se había visto un asno en la selva, hasta el día en que un excéntrico, cazador ingles, se hizo llevar uno por barco. Pero como no supo en qué utilizarlo, lo soltó en las montañas.
Un tigre, al ver a tan extraña criatura, lo tomó por una divinidad. Lo observó escondido en el bosque, hasta que se aventuró a abandonar la selva, manteniendo siempre una prudente distancia.
Un día el asno rebuznó largamente y el tigre echó a correr con miedo. Pero se volvió y pensó que, pese a todo, esa divinidad no debía de ser tan terrible. Ya acostumbrado al rebuzno del asno, se le fue acercando, pero sin arriesgarse más de la cuenta.
Cuando ya le tomó confianza, comenzó a tomarse algunas libertades, rozándolo, dándole algún empujón, molestándolo a cada momento, hasta que el asno, furioso, le propinó una patada. "Así que es esto lo que sabe hacer", se dijo el tigre. Y saltando sobre el asno lo destrozó y devoró.
¡Pobre asno! Parecía poderoso por su tamaño, y temible por sus rebuznos. Si no hubiese mostrado todo su talento con la coz, el tigre feroz nunca se hubiera atrevido a atacarlo. Pero con su patada el asno firmó su sentencia de muerte.

viernes, 10 de febrero de 2012

EL HIBRIDO


Tengo un animal curioso mitad gatito, mitad cordero. Es una herencia de mi padre. En mi poder se ha desarrollado del todo; antes era más cordero que gato. Ahora es mitad y mitad. Del gato tiene la cabeza y las uñas, del cordero el tamaño y la forma; de ambos los ojos, que son huraños y chispeantes, la piel suave y ajustada al cuerpo, los movimientos a la par saltarines y furtivos. Echado al sol, en el hueco de la ventana se hace un ovillo y ronronea; en el campo corre como loco y nadie lo alcanza. Dispara de los gatos y quiere atacar a los corderos. En las noches de luna su paseo favorito es la canaleta del tejado. No sabe maullar y abomina a los ratones. Horas y horas pasa al acecho ante el gallinero, pero jamás ha cometido un asesinato.
 Lo alimento a leche; es lo que le sienta mejor. A grandes tragos sorbe la leche entre sus dientes de animal de presa. Naturalmente, es un gran espectáculo para los niños. La hora de visita es los domingos por la mañana. Me siento con el animal en las rodillas y me rodean todos los niños de la vecindad.
 Se plantean entonces las más extraordinarias preguntas, que no puede contestar ningún ser humano. Por qué hay un solo animal así, por qué soy yo el poseedor y no otro, si antes ha habido un animal semejante y qué sucederá después de su muerte, si no se siente solo, por qué no tiene hijos, como se llama, etcétera.
 No me tomo el trabajo de contestar: me limito a exhibir mi propiedad, sin mayores explicaciones. A veces las criaturas traen gatos; una vez llegaron a traer dos corderos. Contra sus esperanzas, no se produjeron escenas de reconocimiento. Los animales se miraron con mansedumbre desde sus ojos animales, y se aceptaron mutuamente como un hecho divino.
 El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Este acepta todo, en efecto, pero le dice:
En mis rodillas el animal ignora el temor y el impulso de perseguir. Acurrucado contra mí es como se siente mejor. Se apega a la familia que lo ha criado. Esa fidelidad no es extraordinaria: es el recto instinto de un animal, que aunque tiene en la tierra innumerables lazos políticos, no tiene un solo consanguíneo, y para quien es sagrado el apoyo que ha encontrado en nosotros.
A veces tengo que reírme cuando resuella a mi alrededor, se me enreda entre las piernas y no quiere apartarse de mí. Como si no le bastara ser gato y cordero quiere también ser perro. Una vez -eso le acontece a cualquiera- yo no veía modo de salir de dificultades económicas, ya estaba por acabar con todo. Con esa idea me hamacaba en el sillón de mi cuarto, con el animal en las rodillas; se me ocurrió bajar los ojos y vi lágrimas que goteaban en sus grandes bigotes. ¿Eran suyas o mías? ¿Tiene este gato de alma de cordero el orgullo de un hombre? No he heredado mucho de mi padre, pero vale la pena cuidar este legado.
Tiene la inquietud de los dos, la del gato y la del cordero, aunque son muy distintas. Por eso le queda chico el pellejo. A veces salta al sillón, apoya las patas delanteras contra mi hombro y me acerca el hocico al oído. Es como si me hablara, y de hecho vuelve la cabeza y me mira deferente para observar el efecto de su comunicación. Para complacerlo hago como si lo hubiera entendido y muevo la cabeza. Salta entonces al suelo y brinca alrededor.
 Tal vez la cuchilla del carnicero fuera la redención para este animal, pero él es una herencia y debo negársela. Por eso deberá esperar hasta que se le acabe el aliento, aunque a veces me mira con razonables ojos humanos, que me instigan al acto razonable.

                                                                        Franz Kafka

miércoles, 8 de febrero de 2012

Dos Amigos





Dos amigos viajaban por el desierto y en un determinado punto del viaje discutieron.
El otro, ofendido, sin nada que decir, escribió en la arena:
"Hoy mi mejor amigo me pegó una bofetada en el rostro".
Siguieron adelante y llegaron a un oasis donde resolvieron bañarse. El que había sido abofeteado y lastimado comenzó a ahogarse, siendo salvado por el amigo. Al recuperarse tomó un estilete y escribió en una piedra:
"Hoy mi mejor amigo me salvó la vida".
Intrigado, el amigo preguntó:
-¿Por qué, después que te lastimé, escribiste en la arena, y ahora escribes en una piedra?
Sonriendo, el otro amigo respondió:
-Cuando un gran amigo nos ofende, deberemos escribir en la arena donde el viento del olvido y el perdón se encargarán de borrarlo y apagarlo; por otro lado, cuando nos pase algo grandioso, deberemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón donde viento ninguno en todo el mundo podrá borrarlo.

lunes, 6 de febrero de 2012

Aserrando una Rama



Nasrudín subió a un árbol para aserrar una rama. Alguien que pasaba, al ver cómo lo estaba haciendo, le avisó:
-¡Cuidado! Está mal sentado en la punta de la rama... Se irá abajo con ella cuando la corte.
-¿Piensa que soy un necio que deba creerle? ¿Es usted un vidente que pueda predecir el futuro? -preguntó Nasrudín.
Sin embargo, poco después, como siguiera aserrando, la rama cedió y Nasrudín terminó en el suelo. Entonces corrió tras el otro hombre hasta alcanzarlo:
-¡Su predicción se ha cumplido! Ahora dígame: ¿cómo moriré?
Por más que el hombre insistió, no pudo disuadir a Nasrudín de que no era un vidente. Por fin, ya exasperado, le gritó:
-¡Por mí podrías morirte ahora mismo!
Apenas oyó estas palabras, Nasrudín cayó al suelo y se quedó inmóvil. Cuando lo encontraron sus vecinos lo depositaron en un féretro. Mientras marchaban hacia el cementerio empezaron a discutir acerca de cuál era el camino más corto. Nasrudín perdió la paciencia. Asomó la cabeza fuera del ataúd y dijo:
-Cuando estaba vivo solía tomar por la izquierda. Es el camino más rápido.

Anónimo



sábado, 4 de febrero de 2012

El chico y el Cocodrilo



Un chico preguntó a sus padres:
-¿Madre y padre, puedo ir a la selva a buscar leña?
Sus padres le dieron permiso y el chico cogió un hacha y un canasto para llevar en su cabeza. Se adentró en la selva, y hacia el mediodía había recogido un montón de leña. La puso en el canasto y buscó una cuerda para atarla bien.
Subió una gran colina y vio un lago a poca distancia. El chico pensó: "Tengo sed, iré a beber antes de coger la cuerda". Pero mientras estaba bebiendo se encontró cara a cara con un cocodrilo. Empezó a correr pero el cocodrilo lo llamó:
-Niño, ayúdame, por favor. Hace tres días que estoy aquí sin comida. Si te vas, seguramente moriré.
El cocodrilo se llamaba Bambo. Pensó que ese chico podría ser bueno para comer y le dijo:
-Mi problema es similar a éste. ¿Sabes que el viento arrastra hojas secas por el suelo y las mete en un agujero? Y este mismo viento que las ha arrastrado hasta allí no podrá sacarlas de nuevo. Y las hojas tampoco podrán nunca salir por sí mismas. Pues lo mismo me pasa a mí. Vine a este lago desde el río, pero ahora el río se ha secado y no puedo regresar. Chico, debes ayudarme a regresar, si no seguro que moriré.
El muchacho empezó a llorar, estaba preocupado por el cocodrilo y no quería que muriese.
-No hay por qué llorar, chico -dijo Bambo- no voy a comerte.
-¿Cómo voy a poder transportarte? Tú eres más grande que yo, y más fuerte que yo, y más largo que yo -preguntó el pequeño.
-Ese no es ningún problema: coge tu hacha y corta dos largos palos -respondió Bambo.
El chico siguió las instrucciones del cocodrilo. Cortó los palos y puso uno de ellos en el suelo, luego puso al cocodrilo encima. Luego puso el otro palo sobre la espalda del cocodrilo. Más tarde ató al cocodrilo desde la cabeza hasta la cola. Lo alzó un poco y lo arrastró hasta el río. Mientras, lloraba y cantaba:
Oh, tengo miedo al cocodrilo,
tengo miedo al cocodrilo.
Tengo miedo porque me comerá.
Bambo le dijo:
-No voy a comerte. Si lo hiciera significaría que habría recompensado tu buena acción con malicia.
Pero el chico continuó cantando su canción.
Cuando finalmente llegaron al río, el muchacho quiso poner al cocodrilo de espaldas, pero Bambo dijo:
-Si me dejas aquí de este modo no habrás mantenido tu promesa. Me has traído a través de toda la colina desde donde he estado sin comida durante tres días. Fuiste tú, chico, quien me salvó. Después de hacer tan buena acción, por favor, no me dejes así tan cerca del río.
Por lo tanto, el chico introdujo al cocodrilo en el río, hasta que el agua le cubrió la cintura.
-Un poco más, un poco más -imploró Bambo.
-El agua me llega hasta la cintura -contestó el chico-. Además, no sé nadar. Si realmente deseas que la recompensa no se torne en malicia, deja que te suelte aquí mismo.
-Por favor, muchacho, sólo un poco más lejos.
El chico continuó unos cuantos pasos más, hasta que el agua le llegó al cuello.
-Déjame soltarte aquí -rogó el muchacho.
-De acuerdo -contestó Bambo.
Lo soltó y luego desató las cuerdas desde la cabeza hasta la cola. Inmediatamente el cocodrilo se dio la vuelta y apresó con sus enormes garras al chico. Tres días de ayuno en el lago seco habían despertado un gran apetito en Bambo.
-¿Cómo puedes hacer algo así? -gritó enfurecido y sollozando el chico-. Ya has olvidado tu promesa.
-Bien. Debiste pensar que esa promesa no iba muy en serio. Después de todo, estaba atrapado en el lago; pero ahora, si te dejo escapar, no tendré comida. Es un poco desafortunado para ti, pero debes comprender mi situación -expuso Bambo.
-Sabía que me comerías -replicó el chico-. Por esto he estado llorando todo el rato. Sabía que recompensarías mi buena acción con malicia.
-Pero debo comerte -dijo Bambo- porque estoy hambriento. Y si te dejo escapar, nunca más encontraré una presa mejor.
Había un árbol en la orilla del río. El chico dijo al cocodrilo:
-Antes de comerme, podríamos exponer nuestro caso ante este árbol. Vamos a ver qué dice.
Al cocodrilo le pareció bien y los dos expusieron sus historias al árbol. Cuando terminaron, el árbol sacudió sus ramas y habló:
-Cocodrilo.
-¡Sí! -exclamó Bambo.
-Creo que esta vez tienes razón. Nosotros los árboles sabemos lo ingratos que pueden ser los humanos. Vienen y se sientan bajo nuestra sombra, y los protegemos del sol abrasador. Nosotros les proporcionamos medicamentos y los ayudamos a que llueva mucho para el bien de sus tierras. Pero tan pronto como somos grandes y fuertes, vienen y nos cortan para sus egoístas propósitos. Son locos y desagradecidos. Cocodrilo, coge entonces tu presa -sentenció solemne el árbol.
Bambo quedó encantado con lo que el árbol había dicho.
-Ya lo has oído -dijo- es cierto que puedo comerte. Todo el mundo sabe lo ingratos que son los humanos.
El chico empezó a cantar esta canción:
Oh, tengo miedo al cocodrilo,
tengo miedo al cocodrilo.
Tengo miedo porque me comerá.
Justo en ese momento, una vaca venía de beber del río. El chico le dijo al cocodrilo:
-Podríamos exponer nuestro caso a esta vaca también. Estoy seguro de que ella no estaría de acuerdo con el árbol. Deja que veamos lo que ella nos tiene que decir.
Bambo estuvo de acuerdo y llamaron a la vaca, que ya había terminado de beber. Cuando ambos terminaron de contar su historia la vaca levantó la cabeza y dijo:
-Cocodrilo.
-¿Si? -preguntó Bambo.
-Puedes comértelo. Los humanos son las criaturas más ingratas que existen. Mientras era joven y los humanos podían beber mi leche, me daban comida y agua, pero ahora que soy vieja y mi leche se ha secado me han abandonado y no me dan ni siquiera agua para beber. Tú mismo has podido ver el largo camino que he recorrido sólo para beber. Por lo tanto, cocodrilo, creo que tienes razón. Puedes comerte a tu presa -sentenció la vaca.
El chico empezó a cantar su canción de nuevo.
Oh, tengo miedo al cocodrilo,
tengo miedo al cocodrilo.
Tengo miedo porque me comerá.
El chico cantaba y el cocodrilo se disponía a comérselo cuando un asno se acercó al río para beber.
-Espera -reclamó el chico-. Deja que contemos nuestras historias al asno.
-¡Chico! -gritó enfurecido Bambo- No importa lo que él diga, te voy a comer de todos modos.
-Aun así deja que escuchemos lo que él tiene que decir -rogó el joven.
El asno bebió hasta que tuvo lleno el estómago, y entonces ambos le contaron sus historias. Después de escuchar atentamente, dijo:
-¡Cocodrilo!
-¿Sí? -replicó Bambo.
-Cuando yo era joven los humanos ponían sobre mí todo tipo de cargas, pero ahora soy viejo y casi no puedo cargar ni conmigo mismo, por esta razón me han abandonado. Dejaron de darme hierba para comer y me negaron incluso el agua para beber. Los humanos son los seres más ingratos de este mundo. Puedes comértelo -sentenció el asno.
-¡Ah! -exclamó Bambo-. No pienso dejarte libre, no hay nada que te pueda salvar.
Pero antes de que pudiera comérselo, un conejo pasó corriendo hacia el río.
-Contemos también nuestra historia al conejo -suplicó de nuevo el muchacho.
-¡Chico! Tengo hambre y empiezo a estar aburrido de este juego -exclamó el cocodrilo.
-¡Oh! ¡Por favor! Sólo una vez más -insistió el chico.
-De acuerdo, pero el conejo va a ser el último al que vamos a consultar.
Cuando el conejo hubo bebido hasta tener lleno su estómago, los miró y les preguntó qué ocurría. El cocodrilo le contó lo que venía al caso. El chico empezó a contar sus razones, pero el conejo de repente lo interrumpió.
-¡Cállate! He oído hablar de ti. Todo el mundo aquí sabe lo testarudo que eres. Que hable primero el cocodrilo.
En medio de las explicaciones se giró hacia el cocodrilo y le dijo:
-Perdona. Mis orejas son muy grandes pero no oigo muy bien. ¿Podrías acercarte a mí un poco más?
El cocodrilo y el chico se acercaron al conejo. El nivel del agua bajó hasta el pecho del muchacho. El cocodrilo volvió a contar su historia y cuando terminó, el conejo dijo:
-Cocodrilo, aún no puedo oírte. Por favor acércate hasta la orilla. No te preocupes, es seguro. No veo ninguna posibilidad de que este chico pueda escapar de ti.
El chico y el cocodrilo así lo hicieron.
-Ahora -dijo el conejo- podrían contarme una vez más sus historias.
El cocodrilo explicó su versión y después dejó que el muchacho contara la suya. Cuando terminaron el conejo dijo.
-Chico, eres un mentiroso. Eres tan pequeño y el cocodrilo tan grande que no hay ninguna posibilidad de que puedas cargar con el cocodrilo desde la colina hasta aquí. Si esto es posible , déjame ver cómo lo haces.
El cocodrilo desconfiaba, pero el conejo lo calmó:
-Acérquense y salgan del agua, te prometo que pronto vas a comértelo.
El chico cogió dos largos palos, puso al cocodrilo encima de uno de ellos y el otro sobre su lomo. Después lo ató desde la cabeza hasta la cola. ¡El cocodrilo estaba atrapado! No podía moverse. Entonces el conejo preguntó al muchacho:
-¿Le gusta la carne de cocodrilo a tu gente?
-Es la única carne que les gusta.
-Bien, entonces aquí tienes tu presa -dijo el conejo.
El chico cargó con el cocodrilo y lo llevó hasta su casa. Mientras tanto el cocodrilo cantaba:
Oh, tengo miedo al chico
tengo miedo al chico.
Tengo miedo porque me comerá.
Cuando su gente lo vio llegar con el cocodrilo atado entre dos palos, empezaron a gritar:
-¡Miren!¡Nuestro muchacho se fue a buscar leña y trae un cocodrilo!
-Esto no es todo -dijo el chico- también hay un conejo entre los matorrales. Tenemos que ir a cazarlo.
Todos los niños siguieron al chico y llevaron a sus perros. El conejo, al oír tanto ruido, se dijo: "Debo marcharme de este lugar y ocultarme, los humanos son los seres más ingratos que existen".
Los niños lo buscaron por todas partes pero no lo pudieron encontrar. Cuando finalmente desistieron y estaban volviendo a casa, el conejo llamó al muchacho y le dijo.
-Lo que dijeron el árbol, la vaca y el asno sobre los seres humanos es totalmente cierto. Fui yo, el conejo, quien te salvó la vida, y ahora tú quieres comerme del mismo modo como el cocodrilo quería comerte. No quiero saber nada de ti.
Se dice que por esta razón los conejos corren tan rápido cuando ven a un ser humano. Antes de que esto sucediera, si alguien se perdía en la selva, un conejo siempre salía para indicarle el camino de regreso.
Anónimo