lunes, 8 de septiembre de 2025

Vieja Friendo Huevos, 1618, Velázquez

EL HAMBRE

Miguel Hernandez

 

Tened presente el hambre: recordad su pasado
turbio de capataces que pagaban en plomo.
Aquel jornal al precio de la sangre cobrado,
con yugos en el alma, con golpes en el lomo.

El hambre paseaba sus vacas exprimidas,
sus mujeres resecas, sus devoradas ubres,
sus ávidas quijadas, sus miserables vidas
frente a los comedores y los cuerpos salubres.

Los años de abundancia, la saciedad, la hartura
eran sólo de aquellos que se llamaban amos.
Para que venga el pan justo a la dentadura
del hambre de los pobres aquí estoy, aquí estamos.

Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente,
los que entienden la vida por un botín sangriento:
como los tiburones, voracidad y diente,
panteras deseosas de un mundo siempre hambriento.

Años del hambre han sido para el pobre sus años.
Sumaban para el otro su cantidad los panes.
Y el hambre alobadaba sus rapaces rebaños
de cuervos, de tenazas, de lobos, de alacranes.

Hambrientamente lucho yo, con todas mis brechas,
cicatrices y heridas, señales y recuerdos
del hambre, contra tantas barrigas satisfechas:
cerdos con un origen peor que el de los cerdos.

Por haber engordado tan baja y brutalmente,
más abajo de donde los cerdos se solazan,
seréis atravesados por esta gran corriente
de espigas que llamean, de puños que amenazan.

No habéis querido oír con orejas abiertas
el llanto de millones de niños jornaleros.
Ladrábais cuando el hambre llegaba a vuestras puertas
a pedir con la boca de los mismos luceros.

En cada casa, un odio como una higuera fosca,
como un tremante toro con los cuernos tremantes,
rompe por los tejados, os cerca y os embosca,

y os destruye a cornadas, perros agonizantes. 

sábado, 6 de septiembre de 2025

Pintura: Paisajes de Flores Violetas de Rubén de Luis.


A LARRA CON UNAS VIOLETAS

Luis Cernuda

 

Aún se queja su alma vagamente,
El oscuro vacío de su vida.
Más no pueden pesar sobre esa sombra
Algunas violetas,
Y es grato así dejarlas,
Frescas entre la niebla,
Con la alegría de una menuda cosa pura
Que rescatara aquel dolor antiguo.

Quien habla ya a los muertos,
Mudo le hallan los que viven.
Y en este otro silencio, donde el miedo impera,
Recoger esas flores una a una
Breve consuelo ha sido entre los días
Cuya huella sangrienta llevan las espaldas
Por el odio cargadas con una piedra inútil.

Si la muerte apacigua
Tu boca amarga de Dios insatisfecha,
Acepta un don tan leve, sombra sentimental,
En esa paz que bajo tierra te esperaba,
Brotando en hierba, viento y luz silvestres,
El fiel y último encanto de estar solo.

Curado de la vida, por una vez sonríe,
Pálido rostro de pasión y de hastío.
Mira las calles viejas por donde fuiste errante,
El farol azulado que te guiara, carne yerta,
Al regresar del baile o del sucio periódico,
Y las fuentes de mármol entre palmas:
Aguas y hojas, bálsamo del triste.

La tierra ha sido medida por los hombres,
Con sus casas estrechas y matrimonios sórdidos,
Su venenosa opinión pública y sus revoluciones
Más crueles e injustas que las leyes,
Como inmenso bostezo demoníaco;
No hay sitio en ella para el hombre solo,
Hijo desnuda y deslumbrante del divino pensamiento.

Y nuestra gran madrastra, mírala hoy deshecha,
Miserable y aún bella entre las tumbas grises
De los que como tú, nacidos en su estepa,
Vieron mientras vivían morirse la esperanza,
Y gritaron entonces, sumidos por tinieblas,
A hermanos irrisorios que jamás escucharon.

Escribir en España no es llorar, es morir,
Porque muere la inspiración envuelta en humo,
Cuando no va su llama libre en pos del aire.
Así, cuando el amor, el tierno monstruo rubio,
Volvió contra ti mismo tantas ternuras vanas,
Tu mano abrió de un tiro, roja y vasta, la muerte.

Libre y tranquilo quedaste en fin un día,
Aunque tu voz sin ti abrió un dejo indeleble.
Es breve la palabra como el canto de un pájar,
Mas un claro jirón puede prenderse en ella
De embriaguez, pasión, belleza fugitivas,
Y subir, ángel vigía que atestigua del hombre,

Allá hasta la región celeste e impasible. 

jueves, 4 de septiembre de 2025

Pinturas de Bueyes en el Campo: José Orlando


BALADA DE UN DÍA DE JULIO

Federico García Lorca

 

Esquilones de plata
Llevan los bueyes.

  —¿Dónde vas, niña mía,
De sol y nieve?

  —Voy a las margaritas
Del prado verde.

  —El prado está muy lejos
Y miedo tiene.

  —Al airón y a la sombra
Mi amor no teme.

  —Teme al sol, niña mía,
De sol y nieve.

  —Se fue de mis cabellos
Ya para siempre.

  —Quién eres, blanca niña.
¿De dónde vienes?

  —Vengo de los amores
Y de las fuentes.

  Esquilones de plata
Llevan los bueyes.

  —¿Qué llevas en la boca
Que se te enciende?

  —La estrella de mi amante
Que vive y muere.

  —¿Qué llevas en el pecho
Tan fino y leve?

  —La espada de mi amante
Que vive y muere.

  —¿Qué llevas en los ojos,
Negro y solemne?

  —Mi pensamiento triste
Que siempre hiere.

  —¿Por qué llevas un manto
Negro de muerte?

  —¡Ay, yo soy la viudita
Triste y sin bienes!

Del conde del Laurel
De los Laureles.

  —¿A quién buscas aquí
Si a nadie quieres?

  —Busco el cuerpo del conde
De los Laureles.

  —¿Tú buscas el amor,
Viudita aleve?
Tú buscas un amor
Que ojalá encuentres.

  —Estrellitas del cielo
Son mis quereres,
¿Dónde hallaré a mi amante
Que vive y muere?

  —Está muerto en el agua,
Niña de nieve,
Cubierto de nostalgias
Y de claveles.

  —¡Ay! caballero errante
De los cipreses,
Una noche de luna
Mi alma te ofrece.

  —Ah Isis soñadora.
Niña sin mieles
La que en bocas de niños
Su cuento vierte.
Mi corazón te ofrezco,
Corazón tenue,
Herido por los ojos
De las mujeres.

  —Caballero galante,
Con Dios te quedes.

  —Voy a buscar al conde
De los Laureles...

  —Adiós mi doncellita,
Rosa durmiente,
Tú vas para el amor
Y yo a la muerte.

  Esquilones de plata
Llevan los bueyes.

  —Mi corazón desangra

Como una fuente. 

martes, 2 de septiembre de 2025

Aceituneros en la recolecta de la Aceituna


ACEITUNEROS

Miguel Hernández

 

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.

Unidos al agua pura
y a los planetas unidos,
los tres dieron la hermosura
de los troncos retorcidos.

Levántate, olivo cano,
dijeron al pie del viento.
Y el olivo alzó una mano
poderosa de cimiento.

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién
amamantó los olivos?

Vuestra sangre, vuestra vida,
no la del explotador
que se enriqueció en la herida
generosa del sudor.

No la del terrateniente
que os sepultó en la pobreza,
que os pisoteó la frente,
que os redujo la cabeza.

Árboles que vuestro afán
consagró al centro del día
eran principio de un pan
que sólo el otro comía.

¡Cuántos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos!

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
pregunta mi alma: ¿de quién,
de quién son estos olivos?

Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.

Dentro de la claridad
del aceite y sus aromas,
indican tu libertad

la libertad de tus lomas.