sábado, 31 de mayo de 2025



CANCIÓN DE INVIERNO

Juan Miguel Melgar Becerra

  

Soy yo quien te llama, amiga,
para decirte que el amor no es bueno,
que perdido en la noche, te estoy buscando,
que rotas la palabra, la amargura y el deseo,
no recuerdo tu nombre... con la de veces que

lo nombré.

Te llamo en el estío de los sueños desvelados,
en la idea de la razón y en el camino del silencio.
No puedo cortar las amapolas, y sé que no son
muchas, pero no puedo, hoy no puedo, amiga,

porque sé que te vas, que tú te vas, que te estás
yendo,
que todo es mentira, que tu sombra está cayendo
en el olvido, que te mueres de amor,

pero, ¿Por qué? ¿Por qué te mueres?

Yo puse en tu balcón floridos pensamientos,
te llevé de la mano, al igual que una mariposa,
en un mundo sin moral, sin destino, sin estridencias,
y tú moviste la rosa inteligente del viento del Este
hacia el impuro corazón, reíste sinfonías, arroyos
interminables de elegancia, presa de adolescencia,
eso eres, una desdichada adolescente.

Yo te canto una canción que derrame al oírla
jazmines y doradas espinas sangrantes, y tú
no la oyes, ¿verdad?
Tú no la oyes porque te vas caída de un ocaso,
desterrada del abismo incontenible, te mueres
de amor,

pero, ¿por qué, amiga mía? ¿Por qué te mueres?

Yo escucho la copla que llora por tu calma,
que codicia la codicia de este triste Enero,
y hoy te llamo entre las brumas que llenan mi alma,
para decirte, siempre decirte que el amor no es bueno.

viernes, 30 de mayo de 2025

 


REMORDIMIENTO EN TRAJE DE NOCHE

Luis Cernuda

 

Un hombre gris avanza por la calle de niebla;
No lo sospecha nadie. Es un cuerpo vacío;
Vacío como pampa, como mar, como viento,
Desiertos tan amargos bajo un cielo implacable.

Es el tiempo pasado, y sus alas ahora
Entre la sombra encuentran una pálida fuerza;
Es el remordimiento, que de noche, dudando,
En secreto aproxima su sombra descuidada.

No estrechéis esa mano. La yedra altivamente
Ascenderá cubriendo los troncos del invierno.
Invisible en la calma el hombre gris camina.
¿No sentís a los muertos? Mas la tierra está sorda.

jueves, 29 de mayo de 2025


Obra de: Julio Romero deTorres



CARTA A USTED

José Ángel Buesa

 

 

Señora; según dicen, ya tiene usted otro amante.
Lástima que la prisa nunca sea elegante...
Yo sé que no es frecuente que una mujer hermosa
se resigne a ser viuda, sin haber sido esposa.

Y me parece injusto discutirle el derecho
de compartir sus penas, sus gozos y su lecho;
pero el amor, señora, cuando llega el olvido
también tiene el derecho de un final distinguido.

Perdón, si es que la hiere mi reproche, perdón,
aunque sé que la herida no es en el corazón...
Y, para perdonarme, piense si hay más despecho
en lo que yo le digo que en lo que usted ha hecho;

pues sepa que una dama con la espalda desnuda,
sin luto, en una fiesta, puede ser una viuda,
pero no, como tantas, de un difunto señor,
sino, para ella sola; viuda de un gran amor.

Y nuestro amor, recuerdo, fue un amor diferente,
(al menos al principio, ya no, naturalmente).

Usted era el crepúsculo a la orilla del mar,
que, según quien la mire, será hermoso o vulgar.
Usted era la flor que, según quien la corta,
es algo que no muere o algo que no importa.

O acaso ¿cierta noche de amor y de locura,
yo vivía un ensueño... y usted una aventura?
Si, usted juró, cien veces, ser para siempre mía:
yo besaba sus labios, pero no lo creía...

Usted sabe, y perdóneme, que en ese juramento
influye demasiado la dirección del viento.
Por eso no me extraña que ya tenga otro amante,
a quien quizás le jure lo mismo en este instante.

Y como usted, señora, ya aprendió a ser infiel,
a mí, así de repente... me da pena por él.

Sí, es cierto. Alguna noche su puerta estuvo abierta,
y yo, en otra ventana me olvidé de su puerta;
o una tarde de lluvia se iluminó mi vida
mirándome en los ojos de una desconocida;

y también es posible que mi amor indolente
desdeñara su vaso bebiendo en la corriente.
Sin embargo, señora, yo, con sed o sin sed,
nunca pensaba en otra si la besaba a usted.

Perdóneme de nuevo, si le digo estas cosas,
pero ni los rosales dan solamente rosas;
y no digo esto por usted, ni por mí,
sino por los amores que terminan así.

Pero vea, señora, que diferencia había
entre usted que lloraba y yo; que sonreía,
pues nuestro amor concluye con finales diversos:

Usted besando a otro; yo, escribiendo estos versos... 

miércoles, 28 de mayo de 2025

 



Pintura de : Berthe Morisot




ROMANCE DE AQUEL HIJO QUE NO TUVE CONTIGO

Rafael de Leon


Hubiera podido ser
hermoso como un jacinto
con tus ojos y tu boca
y tu piel color de trigo,
pero con un corazón
grande y loco como el mío.

Hubiera podido ir,
las tardes de los domingos,
de mi mano y de la tuya,
con su traje de marino,
luciendo un ancla en el brazo
y en la gorra un nombre antiguo.

Hubiera salido a ti
en lo dulce y en lo vivo,
en lo abierto de la risa
y en lo claro del instinto,
y a mí... tal vez que saliera
en lo triste y en lo lírico,
y en esta torpe manera
de verlo todo distinto.

¡Ay, qué cuarto con juguetes,
amor, hubiera tenido!
Tres caballos, dos espadas,
un carro verde de pino,
un tren con cuatro estaciones,
un barco, un pájaro, un nido,
y cien soldados de plomo,
de plata y oro vestidos.

¡Ay, qué cuarto con juguetes,
amor, hubiera tenido!
¿Te acuerdas de aquella tarde,
bajo el verde de los pinos,
que me dijiste: —¡Qué gloria
cuando tengamos un hijo!

Y temblaba tu cintura
como un palomo cautivo,
y nueve lunas de sombra
brillaban en tu delirio.

Yo te escuchaba, distante,
entre mis versos perdido,
pero sentí por la espalda
correr un escalofrío...

Y repetí como un eco:
«¡Cuando tengamos un hijo!...»
Tú, entre sueños, ya cantabas
nanas de sierra y tomillo,
e ibas lavando pañales
por las orillas de un río.

Yo, arquitecto de ilusiones
levantaba un equilibrio
una torre de esperanzas
con un balcón de suspiros.

¡Ay, qué gloria, amor, qué gloria
cuando tengamos un hijo!
En tu cómoda de cedro
nuestro ajuar se quedó frío,
entre azucena y manzana,
entre romero y membrillo.

¡Qué pálidos los encajes,
qué sin gracia los vestidos,
qué sin olor los pañuelos
y qué sin sangre el cariño!
Tu velo blanco de novia,
por tu olvido y por mi olvido,
fue un camino de Santiago,
doloroso y amarillo.

Tú te has casado con otro,
yo con otra hice lo mismo;
juramentos y palabras
están secos y marchitos
en un antiguo almanaque
sin sábados ni domingos.

Ahora bajas al paseo,
rodeada de tus hijos,
dando el brazo a... la levita
que se pone tu marido.

Te llaman doña Manuela,
llevas guantes y abanico,
y tres papadas te cortan
en la garganta el suspiro.

Nos saludamos de lejos,
como dos desconocidos;
tu marido sube y baja
la chistera; yo me inclino,
y tú sonríes sin gana,
de un modo triste y ridículo.

Pero yo no me doy cuenta
de que hemos envejecido,
porque te sigo queriendo
igual o más que al principio.

Y te veo como entonces,
con tu cintura de lirio,
un jazmín entre los dientes,
de color como el del trigo
y aquella voz que decía:

«¡Cuando tengamos un hijo!...»
Y en esas tardes de lluvia,
cuando mueves los bolillos,
y yo paso por tu calle
con mi pena y con mi libro
dices, temblando, entre dientes,
arropada en los visillos:
«¡Ay, si yo con ese hombre
hubiera tenido un hijo!...»

martes, 27 de mayo de 2025

 





A UNA LAGRIMA

José Ángel Buesa

 

Gota del mar donde en naufragio lento
se hunde el navío negro de una pena;
gota que, rebosando, nubla y llena
los ojos olvidados del contento.

Grito hecho perla por el desaliento
de saber que si llega a un alma ajena,
ésta, sin escucharlo, le condena
por vergonzoso heraldo del tormento.

Piedad para esa gota, que es cual llama
de la que el corazón se desahoga
cual desahoga espinas una rama.

Piedad para la lágrima que azoga
el dolor, pues si así no se derrama,
el alma, en esa lágrima se ahoga...

lunes, 26 de mayo de 2025

 



ELEGÍA POR UN NO NACIDO

Benjamín León


Del verbo de tus labios, un cielo me derrota,
un trino despertado del viento entumecido,
un barco de papel que por el mar no flota,
un triste atardecer sin ver el sol perdido.

La vida es un ocaso que pierde su memoria
atado por tus manos el aire huele oscuro,
un día sin mañana, un pueblo sin historia
un alguien que no es hombre, hundido sin futuro.

Acá la soledad tiene canción de cuna
si en sueños dice un niño llorando ser tu hermano
con rastros del querer vestidos de esta hambruna
que roba del cordón un último hortelano.

De lágrimas se nublan los días más felices,
de luto en las espigas le llora el tiempo al trigo
cubriendo golondrinas con párpados tan grises
que tanto amor del mundo se tiñe de castigo.

Amarte es un volver al vientre enmudecido
y ser en lo que queda del sueño despojado
un lánguido lamento de todo lo perdido
que un triste amanecer el cielo me ha robado.


domingo, 25 de mayo de 2025

 



ASCENSIÓN DE LA ESCOBA

Miguel Hernández

 

Coronad a la escoba de laurel, mirto, rosa.
Es el héroe entre aquellos que afrontan la basura.
Para librar del polvo sin vuelo cada cosa
bajó, porque era palma y azul, desde la altura.

Su ardor de espada joven y alegre no reposa.
Delgada de ansiedad, pureza, sol, bravura,
azucena que barre sobre la misma fosa,
es cada vez más alta, más cálida, más pura.

Nunca: la escoba nunca será crucificada,
porque la juventud propaga su esqueleto
que es una sola flauta muda, pero sonora.

Es una sola lengua sublime y acordada.
Y ante su aliento raudo se ausenta el polvo quieto.
Y asciende una palmera, columna hacia la aurora.

sábado, 24 de mayo de 2025




A LA SOMBRA DE UNA MECEDORA QUE TENÍA MI ABUELO

 

A la sombra de una mecedora que tenía mi abuelo,
voy pasando las tardes, cohibido, desanimado,
sin vida, en este cuerpo incierto, desleal,
presente de los años que se fueron.

A la sombra de una mecedora que usaba mi abuelo,
me voy preguntando el por qué de las rosas que murieron
en mis manos,
mi infancia olvidada, mi sueño persistente, y me entrego
al desaliento, cansado de verdades, enterrador de guías
inherentes,
distante en el funeral de las palabras rotas.

A la sombra de una mecedora que tenía mi abuelo,
voy meciéndome sin prisa, recordando lo que fui.

Quizás, alguien vendrá a decirme:

—A la sombra de la mecedora que tenía tu abuelo
le falta vida.

—Sí —le contestaré— a esta mecedora le falta la alegría
de la sombra de mi abuelo.

 

Juan Miguel Melgar Becerra