Es triste la tristeza de este cauce vacío,
con árboles sin sombra muriendo en sus orillas;
y, como si lloraran por la ausencia del río,
son lágrimas de oro sus hojas amarillas.
Los bordes de este cauce son los labios de un viejo
que aprendió la amargura de besar en la frente;
y, como el marco inútil donde brilló el espejo,
hay algo que nos mira tras su reflejo ausente.
Es triste la tristeza de este cauce vacío,
triste como las canas de un hombre sin mujer,
porque el cauce es la inmensa desolación de un río
que se convierte en surco, sin lograr florecer...
llena la zanja seca con sus aguas sin brío,
y el cauce desolado tal parece que siente
la fugaz alegría de volver a ser río.
Hoy su propio silencio tiene una voz ajena,
y ayer, cantando el canto de las aguas felices,
olvido la asechanza de la sed de la arena
y el misterioso instinto que alarga las raíces.
Y, ante este gran cadáver que lucha con lo inerte,
en su terca esperanza rebosante de fe,
se diría que el cauce no comprendió su muerte
y se quedó esperando el agua que se fue.
Jose Angel Buesa
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