La palma, talle juvenil del aire,
el granado, mi brasa superada,
mi George Dickson, sangre bien rizada,
violetas, miniaturas al desgaire,
han de rodear mi casa, la del sueño
y del ensueño musical y breve,
con una dicha asordinada y leve
y un bien medido bienestar pequeño.
Empezar en pobrezas armoniosas
la conquista de panes y de rosas,
que me entreguen la paz de cada día.
Medirme la ambición con una vara,
que nunca pueda resultarme cara,
ni darle pena ya a Santa María.
Juana de Ibarbourou
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