Árboles a la vía,
desenfrenados, locos,
en sucesión perenne
hacia mí, tras de mí,
detrás de los cristales.
Yo estoy quieto,
pero soy trasportado
a veces sin saberlo,
por entre los paisajes
del día y de la noche,
que se amontonan grandes
en la inmensa llanura
de detrás de mi espalda,
que, pequeños, se entran
a sumergirse en niebla
por los recintos del recuerdo.
Videncia de mis fines,
como perlas o soles,
en horizontes curvos.
Arcos. Linderos últimos
de la estación de término.
Y aún más allá del aire,
campo propicio al alma.
Ascensión milagrosa.
Asombro. Comentario.
Manuel Altolaguirre
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