Isla Negra, noviembre de 1963
Mucho se discutió el anonimato de este libro. Lo que
yo discutía en mi interior mientras tanto, era si debía o no sacarlo de su
origen íntimo: revelar su progenitura era desnudar la intimidad de su
nacimiento. Y no me parecía que tal acción fuera leal a los arrebatos de amor y
furia, al clima desconsolado y ardiente del destierro que le dio nacimiento.
Por otra parte pienso que todos los libros debieran
ser anónimos. Pero entre quitar a todos los míos mi nombre o entregarlo al más
misterioso, cedí, por fin, aunque sin muchas ganas.
¿Que por qué guardó su misterio por tanto tiempo? Por
nada y por todo, por lo de aquí y lo de más allá, por alegrías impropias, por
sufrimientos ajenos.
Cuando Paolo Ricci, compañero luminoso, lo imprimió por
primera vez en Nápoles en 1952 pensamos que aquellos escasos ejemplares que él
cuidó y preparó con excelencia, desaparecerían sin dejar huellas en las arenas
del sur.
No ha sido así. Y la vida que reclamó su estallido
secreto hoy me lo impone como presencia del inconmovible amor.
Entrego, pues, este libro sin explicarlo más, como si
fuera mío y no lo fuera: basta con que pudiera andar solo por el mundo y crecer
por su cuenta. Ahora que lo reconozco espero que su sangre furiosa me
reconocerá también.
Pablo Neruda
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Habana 3 de Octubre de 1951
Estimado señor:
Me permito enviarle estos papeles que creo le
interesarán y que no he podido dar a la publicidad hasta ahora.
Tengo todos los originales de estos versos. Están
escritos en los sitios más diversos, como trenes, aviones, cafés y en pequeños papelitos
extraños en los que no hay casi correcciones.
En una de sus últimas cartas venía la "Carta en
el camino".
Muchos de estos papeles por arrugados y cortados son
casi ilegibles, pero creo que he logrado descifrarlos.
Mi persona no tiene importancia, pero soy la
protagonista de este libro y eso me hace estar orgullosa y satisfecha de mi
vida.
Este amor, este gran amor, nació un agosto de un año
cualquiera, en mis giras que hacía como artista, por los pueblos de la frontera
franco española.
Él venía de la guerra de España. No venía vencido. Era
del partido de Pasionaria, estaba lleno de ilusiones y de esperanzas para su
pequeño y lejano país, en Centro América. Siento no poder dar su nombre. Nunca
he sabido cuál era el verdadero, si Martínez, Ramírez o Sánchez. Yo lo llamo
simplemente mi Capitán y éste es el nombre que quiero conservar en este libro.
Sus versos son como él mismo: tiernos, amorosos,
apasionados, y terribles en su cólera. Era fuerte y su fuerza la sentían todos
los que a él se acercaban. Era un hombre privilegiado de los que nacen para
grandes destinos. Yo sentía su fuerza y mi placer más grande era sentirme
pequeña a su lado.
Entró a mi vida, como él lo dice en un verso, echando
la puerta abajo. No golpeó la puerta con timidez de enamorado. Desde el primer
instante, él se sintió dueño de mi cuerpo y de mi alma. Me hizo sentir que todo
cambiaba en mi vida, esa pequeña vida mía de artista, de comodidad, de
blandura, se transformó como todo lo que él tocaba.
No sabía de sentimientos pequeños, ni tampoco los
aceptaba. Me dio su amor, con toda la pasión que él era capaz de sentir y yo lo
amé como nunca me creí capaz de amar. Todo se transformó en mi vida. Entré a un
mundo que antes nunca soñé que existía. Primero tuve miedo, hubo momentos de duda,
pero el amor no me dejó vacilar mucho tiempo.
Este amor me traía todo.
La ternura dulce y sencilla cuando buscaba una flor,
un juguete, una piedra de río y me la entregaba con sus ojos húmedos de una
ternura infinita. Sus grandes manos eran, en este momento, de una blandura
dulce y en sus ojos se asomaba entonces un alma de niño.
Pero había en mí un pasado que él no conocía y había
celos y furias incontenibles. Éstas eran como tempestades furiosas que azotaban
su alma y la mía, pero nunca tuvieron fuerza para destrozar la cadena que nos
unía, que era nuestro amor, y de cada tempestad salíamos más unidos, más
fuertes, más seguros de nosotros mismos.
En todos estos momentos, él escribía estos versos, que
me hacían subir al cielo o bajar al mismo infierno, con la crudeza de sus
palabras que me quemaban como brasas.
Él no podía amar de otra manera.
Estos versos son la historia de nuestro amor, grande
en todas sus manifestaciones. Tenía la misma pasión que él ponía en sus
combates, en sus luchas contra las injusticias. Le dolía el sufrimiento y la
miseria, no sólo de su pueblo, sino de todos los pueblos, todas las luchas por
combatirlas eran suyas y se entregaba entero, con toda su pasión.
Yo soy muy poco literaria y no puedo hablar del valor
de estos versos, fuera del valor humano que indiscutiblemente tienen. Tal vez
el Capitán nunca pensó que estos versos se publicarían, pero ahora creo que es
mi deber darlos al mundo.
Saluda atentamente a usted.
Rosario de la Cerda
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