Ordené que trajeran mi caballo del establo. El
sirviente no entendió mis órdenes. Así que fui al establo yo mismo, le puse
silla a mi caballo y lo monté. A la distancia escuché el sonido de una trompeta
y le pregunté al sirviente qué significaba. Él no sabía nada ni escuchó nada.
En el portal me detuvo y preguntó:
-¿Adónde va el patrón?
-No lo sé -le dije- simplemente fuera de aquí,
simplemente fuera de aquí. Fuera de aquí, nada más, es la única manera en que
puedo alcanzar mi meta.
-¿Así que usted conoce su meta? -preguntó.
-Sí -repliqué- te lo acabo de decir. Fuera de aquí,
esa es mi meta.
En mis rodillas el animal ignora el
temor y el impulso de perseguir. Acurrucado contra mí es como se siente mejor.
Se apega a la familia que lo ha criado. Esa fidelidad no es extraordinaria: es
el recto instinto de un animal, que aunque tiene en la tierra innumerables
lazos políticos, no tiene un solo consanguíneo, y para quien es sagrado el
apoyo que ha encontrado en nosotros.
A veces tengo que reírme cuando resuella a mí
alrededor, se me enreda entre las piernas y no quiere apartarse de mí. Como si
no le bastara ser gato y cordero quiere también ser perro. Una vez -eso le
acontece a cualquiera- yo no veía modo de salir de dificultades económicas, ya
estaba por acabar con todo. Con esa idea me hamacaba en el sillón de mi cuarto,
con el animal en las rodillas; se me ocurrió bajar los ojos y vi lágrimas que
goteaban en sus grandes bigotes. ¿Eran suyas o mías? ¿Tiene este gato de alma
de cordero el orgullo de un hombre? No he heredado mucho de mi padre, pero vale
la pena cuidar este legado.
Tiene la inquietud de los dos, la del gato y la del
cordero, aunque son muy distintas. Por eso le queda chico el pellejo. A veces
salta al sillón, apoya las patas delanteras contra mi hombro y me acerca el
hocico al oído. Es como si me hablara, y de hecho vuelve la cabeza y me mira
deferente para observar el efecto de su comunicación. Para complacerlo hago
como si lo hubiera entendido y muevo la cabeza. Salta entonces al suelo y
brinca alrededor.
Tal vez la cuchilla del carnicero fuera la redención
para este animal, pero él es una herencia y debo negársela. Por eso deberá
esperar hasta que se le acabe el aliento, aunque a veces me mira con razonables
ojos humanos, que me instigan al acto razonable.
Franz Kafka
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