Jack, estaba contento,
había asistido durante toda la semana al festival de cine de Madrid, dedicado
al western, este año se habían proyectado películas de los directores, Sergio
Leone y John Ford.
Se colocó las gafas Ray
Ban. Se puso los cascos de su IPod y exclamo un aullido de coyote al escuchar
la banda sonora de la película, “El bueno, el feo y el malo”. Después se abrocho
la cazadora vaquera con la misma rapidez
que “El Manco” al desenfundar su colt 45. Luego, pego unos saltitos para
desentumecer los músculos. Subió al tren que le llevaría a casa, se acomodó en
su asiento, mientras el tren arrancaba.
Aquel bandido le había
dejado machacado. Se toco la mandíbula para examinarla y sintió el aire frío
que le golpeaba el rostro. Negaba y sonreía. Lo hizo con orgullo. No podía
creer que hubiese acabado con el bandido más grande de todo Texas el “Indio”.
Y, bien pensado, había tenido suerte. Un par de guantazos, unas cuantas patadas,
y aquel desgraciado resolló como “un cerdo el día de San Martin”. Todavía le
parecía escucharlo “te juro que te despellejaré vivo”, mientras caía abatido por
mi colt 45. Hacía tan sólo dos días que
en Texas había un cabrón menos.
Jack, volvió a mirar el horizonte.
Apenas quedaban unas millas para llegar al destino. Sacó su tabaco de mascar y
corto un trozo que se echo a la boca, paladeando con lentitud. Y en ese preciso
instante, creyó que no había nada en el mundo que pudiera robarle el placer que
estaba experimentando. Se sentía afortunado.
El tren corría como un
caballo enloquecido por el medio de la llanura, el permaneció pegado al techo
del vagón sin apenas mover un músculo, sintiendo cómo su poncho se arremolinaba
con el viento, que en esos momentos sacudía fuertemente sobre su cabalgadura de
acero. Con la barbilla pegada al frío techo, su vista se perdía hacia el horizonte. Sus ojos eran dos brasas. Los
labios morados, y sus dientes rechinando en la oscuridad. Se aferró al techo
con más fuerza. El traqueteo le sacudía sin compasión.
Esbozó una sonrisa mientras
cerraba los ojos. Todo había terminado, y dentro de escasos minutos, llegaría
al destino y saltaría del tren, se encaminaría
victorioso hacia la oficina del Sheriff. De pronto sintió que le sujetaban por
los tobillos, que tiraban de él con fuerza. Miró hacia atrás, el pánico se
dibujaba en su rostro con la certeza de que aquel bastardo que le miraba con
ojos de asesino, era un hijo de perra supremo. Un cabrón inmortal con ribetes
de canalla. Un ser infame salido de los mismísimos infiernos.
Con un rápido movimiento se
soltó de las garras y le asestó una patada en la cara. Su enemigo, hizo un leve
gesto al encajar el golpe. Su retorcido rostro se enfureció con una mueca satírica.
El Indio se arrastró como una serpiente hacia él.
Era todo furia. Jack comenzó a avanzar con los codos y las rodillas. Intentando
librarse de la amenazas, que salían por la boca ensangrentada de su agresor. Se
abalanzo sobre él como una bestia, golpeándole en la espalda. Jack se retorció
de dolor.
De pronto, la luz lo inundó
todo. Los ojos de el Indio se cegaron, repeliendo la luz del sol como una fiera
herida. Se los cubrió con los antebrazos. Jack no lo pensó dos veces. Se
incorporó de un salto, y se arrojó sobre él con fuerza. Era un mastodonte, un
animal. El tren empezó a frenar con lentitud hasta detenerse. Fue el momento
justo. Con las manos entrelazadas le asestó un contundente golpe en la cabeza.
Aquello le dolió, le ardieron las manos, el Indio profirió un alarido y cayó de
rodillas. Jack le dio un puñetazo en la mandíbula y, sin detenerse a valorar
los daños, le propinó una tremenda patada en la cabeza, desplazándolo del
sitio. El Texano cayó boca arriba. Miró a Jack que acababa de noquearlo. Le
miró, lo justo para ver cómo se le venía encima con los puños apretados y una mueca aniquiladora en la
mirada. Y encajó tantos golpes, que a los pocos minutos se le nubló la vista.
Ya no sentía las acometidas de Jack. Ya no sentía nada. Tan sólo un suave
cosquilleo en el tobillo, justo donde guardaba su pequeña arma. Como si ese
trozo de metal le estuviese llamando a gritos, diciéndole: “¡Serás cagon! Te
estás dejando vencer por un gringo que no vale un centavo. Sácame y
verá lo que vales. ¡Ándale y que no se diga!”. Y entonces, la mano que
hasta ahora había permanecido adolecida, como muerta, cobró vida. Alargó los
dedos y tocó la empuñadura. En segundos, encañonó la boca de Jack. Éste puso
los ojos en blanco, tal vez por la sorpresa, y se quedó paralizado. Incapaz de
tragar la saliva que le corría pegajosa por las comisuras.
—¡Juré que te despellejaría
vivo, güebón!
Sonó un terrible impacto.
Todo fue oscuridad.
Jack abrió los ojos muy
despacio. La música de El bueno, el feo y el malo seguía sonando en
sus oídos. Por unos segundos no supo dónde estaba. Se palpó la boca. Algo le
corría por la comisura. Era caliente y húmedo. Hizo un esfuerzo para
enfocar su vista. Y allí estaba. El Indio le miraba fijamente. Pero ya no
estaban en el techo del tren. Estaba sentado frente a él. Y sus ojos no
destilaban odio.
—Espabila, chaval, que ya
hemos llegado a Almansa.
sueko
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