"Sumérgete en el océano de emociones tejido por palabras, donde cada verso es un eco del alma y cada estrofa es un viaje hacia la profundidad del corazón: Bienvenido al santuario de la poesía, donde los sueños danzan entre líneas y los sentimientos florecen en cada palabra."

viernes, 13 de abril de 2012

Jack


Jack, estaba contento, había asistido durante toda la semana al festival de cine de Madrid, dedicado al western, este año se habían proyectado películas de los directores, Sergio Leone y John Ford.

Se colocó las gafas Ray Ban. Se puso los cascos de su IPod y exclamo un aullido de coyote al escuchar la banda sonora de la película, “El bueno, el feo y el malo”. Después se abrocho la cazadora  vaquera con la misma rapidez que “El Manco” al desenfundar su colt 45. Luego, pego unos saltitos para desentumecer los músculos. Subió al tren que le llevaría a casa, se acomodó en su asiento, mientras el tren arrancaba.  

Aquel bandido le había dejado machacado. Se toco la mandíbula para examinarla y sintió el aire frío que le golpeaba el rostro. Negaba y sonreía. Lo hizo con orgullo. No podía creer que hubiese acabado con el bandido más grande de todo Texas el “Indio”. Y, bien pensado, había tenido suerte. Un par de guantazos, unas cuantas patadas, y aquel desgraciado resolló como “un cerdo el día de San Martin”. Todavía le parecía escucharlo “te juro que te despellejaré vivo”, mientras caía abatido por mi colt 45.  Hacía tan sólo dos días que en Texas había un cabrón menos.

Jack, volvió a mirar el horizonte. Apenas quedaban unas millas para llegar al destino. Sacó su tabaco de mascar y corto un trozo que se echo a la boca, paladeando con lentitud. Y en ese preciso instante, creyó que no había nada en el mundo que pudiera robarle el placer que estaba experimentando. Se sentía afortunado.

El tren corría como un caballo enloquecido por el medio de la llanura, el permaneció pegado al techo del vagón sin apenas mover un músculo, sintiendo cómo su poncho se arremolinaba con el viento, que en esos momentos sacudía fuertemente sobre su cabalgadura de acero. Con la barbilla pegada al frío techo, su vista se perdía hacia  el horizonte. Sus ojos eran dos brasas. Los labios morados, y sus dientes rechinando en la oscuridad. Se aferró al techo con más fuerza. El traqueteo le sacudía sin compasión.

Esbozó una sonrisa mientras cerraba los ojos. Todo había terminado, y dentro de escasos minutos, llegaría al destino y  saltaría del tren, se encaminaría victorioso hacia la oficina del Sheriff. De pronto sintió que le sujetaban por los tobillos, que tiraban de él con fuerza. Miró hacia atrás, el pánico se dibujaba en su rostro con la certeza de que aquel bastardo que le miraba con ojos de asesino, era un hijo de perra supremo. Un cabrón inmortal con ribetes de canalla. Un ser infame salido de los mismísimos infiernos.

Con un rápido movimiento se soltó de las garras y le asestó una patada en la cara. Su enemigo, hizo un leve gesto al encajar el golpe. Su retorcido rostro se enfureció con una mueca satírica.

 El Indio se arrastró como una serpiente hacia él. Era todo furia. Jack comenzó a avanzar con los codos y las rodillas. Intentando librarse de la amenazas, que salían por la boca ensangrentada de su agresor. Se abalanzo sobre él como una bestia, golpeándole en la espalda. Jack se retorció de dolor.

De pronto, la luz lo inundó todo. Los ojos de el Indio se cegaron, repeliendo la luz del sol como una fiera herida. Se los cubrió con los antebrazos. Jack no lo pensó dos veces. Se incorporó de un salto, y se arrojó sobre él con fuerza. Era un mastodonte, un animal. El tren empezó a frenar con lentitud hasta detenerse. Fue el momento justo. Con las manos entrelazadas le asestó un contundente golpe en la cabeza. Aquello le dolió, le ardieron las manos, el Indio profirió un alarido y cayó de rodillas. Jack le dio un puñetazo en la mandíbula y, sin detenerse a valorar los daños, le propinó una tremenda patada en la cabeza, desplazándolo del sitio. El Texano cayó boca arriba. Miró a Jack que acababa de noquearlo. Le miró, lo justo para ver cómo se le venía encima con los puños  apretados y una mueca aniquiladora en la mirada. Y encajó tantos golpes, que a los pocos minutos se le nubló la vista. Ya no sentía las acometidas de Jack. Ya no sentía nada. Tan sólo un suave cosquilleo en el tobillo, justo donde guardaba su pequeña arma. Como si ese trozo de metal le estuviese llamando a gritos, diciéndole: “¡Serás cagon! Te estás dejando vencer por un gringo que no vale un centavo. Sácame y verá lo que vales. ¡Ándale y que no se diga!”. Y entonces, la mano que hasta ahora había permanecido adolecida, como muerta, cobró vida. Alargó los dedos y tocó la empuñadura. En segundos, encañonó la boca de Jack. Éste puso los ojos en blanco, tal vez por la sorpresa, y se quedó paralizado. Incapaz de tragar la saliva que le corría pegajosa por las comisuras.

—¡Juré que te despellejaría vivo, güebón!
Sonó un terrible impacto. Todo fue oscuridad.
Jack abrió los ojos muy despacio. La música de El bueno, el feo y el malo seguía sonando en sus oídos. Por unos segundos no supo dónde estaba. Se palpó la boca. Algo le corría por la comisura. Era caliente y húmedo. Hizo un esfuerzo para enfocar su vista. Y allí estaba. El Indio le miraba fijamente. Pero ya no estaban en el techo del tren. Estaba sentado frente a él. Y sus ojos no destilaban odio.

—Espabila, chaval, que ya hemos llegado a Almansa.



sueko



No hay comentarios:

Publicar un comentario