—¡Me duele el corazón!
—¿Pero le tienes?
—Sólo sé que me duele...
—Por carencia.
—Puede ser, mas le siento...
—¡Sí, en las sienes!
—¡Bien, sufriré en silencio y con paciencia!
—Mira, pues que a razones no te avienes,
ni caso haces alguno de la ciencia,
para que ya los oídos no me llenes
con tu queja, oye un caso, es tu dolencia:
«Nada me duele más que aquella mano
que perdiera», me dice un pobre amigo
a quien se la amputaron... ¡ilusiones!,
¡dolerle el miembro que le falta!, vano
fruto del cavilar que es su castigo;
¡así son las humanas aprensiones!
Migel de Unamuno
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