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Santiago
Azar
Vamos
a rajar la tierra,
vaciar
el océano tan infinito,
respirar
ese aire de entonces
y ver
si los árboles me dicen algo,
si
guardan secretos en sus raíces,
si en
primavera tiritan de espanto
y las
flores devuelven los rostros tragados por años.
Cómo
es posible que a estos muchachos
se les
vele en el sonido metálico de los cañones
y
hagan una corona los gritos
enfilados
de uno en uno,
como
marchando en una mañana de uniformes.
Y
estos muchachos, y las balas en la nuca!
Quién
me dice dónde están?. Aquí los quiero,
como
en aquellos días con una espada para el porvenir.
Y se
me aparecen, pero no los tengo,
porque
son tantos, son como el dolor repartido e inmenso,
en la
sombra más amarga de quedar sin aliento.
Quién
me puede decir dónde está esta memoria robada?
Para
traer de vuelta a los pájaros de la mesa compartida.
Tráiganlos
por nombres, no importa el orden,
en
brazos, caminando o cantando.
Ellos están más vivos que yo,
ninguno
fue superado por el cuervo devorando el tiempo,
se
armaron con puños y apretaron los
dientes
y la
muerte salió corriendo asustada por la valentía
y los
muertos hicieron realidad el sueño de la resurrección en una boca.
Tráiganlos
a todos, que no falte ninguno,
que
hable la espalda que esperó los balazos sin piedad,
que
hable la jaula que se lleva a cuestas,
que
hable la primavera coja en una mañana de humos,
que se
le dé la palabra a los que perdieron la lengua.
Se los
suplico, mírenme a los ojos derretidos por una lágrima,
díganme
dónde están, como si en verdad fuese una llama,
tan
inocente, tan tierna como libro de escuela.
Se los
suplico a ustedes, enterrados en el patio trasero,
en el
aliento de las caracolas de la miseria,
en los
desiertos de un corazón amarrado,
háblenme
sílaba por sílaba,
al
principio de la vocal de la vida,
en la
guitarra nueva con las cuerdas de un pueblo levantado.
Háblenme,
muchachos, aquí estoy, soy de ustedes,
mi
alma les pertenece, tiene vuestras pisadas gigantes,
levántense
donde quiera que estén, vengan a mi casa,
he
preparado el mejor de los almuerzos,
hay
vino en todas las copas y un brindis esperando,
o si
quieren yo los recojo y unto la boca en el océano,
o
golpeo puerta por puerta, aquí en los campos,
en la
indefinibles piedras de los ríos,
en los
estadios inundados de rosas muertas,
en los
cuarteles del hambre donde hicieron fe los lobos.
Pero
aquí los espero, con toda la paciencia de una enfermedad que no para,
y
estos besos de vuestras madres, y lo de mañana,
y el
hijo clavado en la soledad de un apellido roto,
todos
esto les pertenece, así como mis extremidades, mis miembros,
porque
las estrellas de este Chile desatado,
se
hincarán cuando pasen gritando al infinito sus nombres,
y
verán que todos estaremos esperando vuestra llegada, ya no importa cómo,
porque
por primera y única vez
la
bandera de la patria flameará hacia los cuatro vientos
y un suspiro de descanso permitirá llorar este diluvio.
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