Imagen de: Miguel Hernández
A
MIGUEL HERNÁNDEZ, ASESINADO EN LOS PRESIDIOS DE ESPAÑA
Pablo
Neruda
Llegaste a mí directamente del Levante.
Me traías,
pastor de cabras, tu inocencia arrugada,
la escolástica de viejas páginas, un olor
a Fray Luis, a azahares, al estiércol
quemado
sobre los montes, y en tu máscara
la aspereza cereal de la avena segada
y una miel que medía la tierra con tus
ojos.
También el ruiseñor en tu boca traías.
Un ruiseñor manchado de naranjas, un hilo
de incorruptible canto, de fuerza
deshojada.
Ay, muchacho, en la luz sobrevino la
pólvora
y tú, con ruiseñor y con fusil, andando
bajo la luna y bajo el sol de la batalla.
Ya sabes, hijo mío, cuánto no pude hacer,
ya sabes
que para mí, de toda la poesía, tú eras
el fuego azul.
Hoy sobre la tierra pongo mi rostro y te
escucho,
te escucho, sangre, música, panal
agonizante.
No he
visto deslumbradora raza como la tuya,
ni
raíces tan duras, ni manos de soldado,
ni he
visto nada vivo como tu corazón
quemándose
en la púrpura de mi propia bandera.
Joven
eterno, vives, comunero de antaño,
inundado
por gérmenes de trigo y primavera,
arrugado
y oscuro, como el metal innato,
esperando
el minuto que eleve tu armadura.
No
estoy solo desde que has muerto. Estoy con los que te buscan.
Estoy
con los que un día llegarán a vengarte.
Tú
reconocerás mis pasos entre aquellos
que se
despeñarán sobre el pecho de España
aplastando
a Caín para que nos devuelva
los
rostros enterrados.
Que
sepan los que te mataron que pagarán con sangre.
Que
sepan los que te dieron tormento que me verán un día.
Que
sepan los malditos que hoy incluyen tu nombre
en sus
libros, los Dámasos, los Gerardos, los hijos
de
perra, silenciosos cómplices del verdugo,
que no
será borrado tu martirio, y tu muerte
caerá
sobre toda su luna de cobardes.
Y a
los que te negaron en su laurel podrido,
en
tierra americana, el espacio que cubres
con tu
fluvial corona de rayo desangrado,
déjame
darles yo el desdeñoso olvido
porque
a mí me quisieron mutilar con tu ausencia.
Miguel, lejos de la prisión de Osuna,
lejos
de la crueldad, Mao Tse-tung dirige
tu poesía despedazada en el combate
hacia nuestra victoria.
Y
Praga rumorosa
construyendo la dulce colmena que
cantaste,
Hungría verde limpia sus graneros
y baila junto al río que despertó del
sueño.
Y de Varsovia sube la sirena desnuda
que edifica mostrando su cristalina
espada.
Y más allá la tierra se agiganta,
la tierra
que visitó tu canto, y el acero
que defendió tu patria están seguros,
acrecentados sobre la firmeza
de Stalin y sus hijos.
Ya se
acerca
la luz a tu morada.
Miguel de
España, estrella
de tierras arrasadas, no te olvido,
hijo mío,
no te olvido, hijo mío!
Pero
aprendí la vida
con tu muerte: mis ojos se velaron
apenas,
y encontré en mí no el llanto,
sino las armas
inexorables!
Espéralas! Espérame!

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