Has muerto. Y todavía te envolvías
en un aire tembloroso de promesa y sonrisa.
Has muerto. Y todavía tu risa
era un torrente de vida no vivida.
¡Oh corazón, que ligero flotaba
como un niño adormecido
sobre el agua cambiante del momento!
¡Oh corazón, nunca hastiado,
no cargado de dolores y experiencia,
no maduro ya de muerte preparado!
¡Oh corazón, cada día nuevo
como la maravilla de la vida rubia que,
imprevista nace con un rumor de frondas
y carreras y persigue y burla,
escapa y vuelve, y ríe, y tiembla!
Has muerto. Y todavía brillaba en tus ojos
la sorpresa de vivir, de tener un nombre,
un cuerpo, un tiempo, un amor no agotado
para esta variedad de días claros.
Has muerto. Has muerto compañero
y hoy todavía te veo aturdido,
preguntando inocente si es cierto.
Gabriel Celaya. Zaragoza, 1938.
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