Subía
la pendiente
descosiendo las llamas
del recuerdo
-frías como navajas-
ansioso por volverlo a ver.
descosiendo las llamas
del recuerdo
-frías como navajas-
ansioso por volverlo a ver.
Cruzó el dintel
de una sola mirada,
soñó encontrarlo igual que siempre,
mil años después.
Retorció el duende
su estómago de ausencias
y no pudo agarrarse
a las esquinas del viento.
Con ojos como mares,
casi sin aire ni pecho,
lloró por dentro.
Mil lágrimas bañaron su memoria,
mil ojos con barandas lo miraron,
mil deseos de amor y fuego
lo aplastaron desde el piso tercero.
Los cielos de su niñez
como hilos descolgaron
de las ventanas
juegos con harapos,
recreos de silbato y risas,
domingos de hábito y rezos.
Así era el patio
donde crecía mi infancia,
colegio de curas yermo.
La fuente de estrella,
en el centro,
sin agua,
de papeles llena,
huérfana de azulejos,
triste,
mustia de sequedad la vi
sin sus peces de colores.
Ya sin arcos,
sin guirnaldas,
sin campos por los que corríamos
al desafío del tiempo,
ni el pilar donde beber con las manos.
Solo,
sin mangas que abrochar,
perdido en el abismo
se marchó aquel niño,
mordiendo sus huellas,
serio y quieto.
Él no me conocía (¿o sí?).
Yo sí lo recuerdo…
Paco Checa
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