Desde
esta cárcel podría
verse
el mar, seguirse el giro
de
las gaviotas, pulsar
el
latir del tiempo vivo.
Esta
cárcel es como una
playa:
todo está dormido
en
ella. Las olas rompen
casi
a sus pies. El estío
la
primavera, el invierno,
el
otoño, son caminos
exteriores
que otros andan:
cosas
sin vigencia, símbolos
mudables
del tiempo. (El tiempo
aquí
no tiene sentido.)
Esta
cárcel fue primero
cementerio.
Yo era un niño
y
algunas veces pasé
por
este lugar. Sombríos
cipreses,
mármoles rotos.
Pero
ya el tiempo podrido
contaminaba
la tierra.
La
hierba ya no era el grito
de
la vida. Una mañana
removieron
con los picos
y
las palas la frescura
del
suelo, y todo —los nichos,
rosales,
cipreses, tapias—
perdió
su viejo latido.
Nuevo
cementerio alzaron
para
los vivos.
José Hierro
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