Uno va, viene y vuelve,
cansado de su nombre;
va por los bulevares y vuelve por sus
versos,
escucha al corazón que, insumiso, golpea
como un puño
apretado fieramente llamando,
y se sienta en los bancos de los
parques urbanos
y ve pasar la gente que aún trata de ser alguien.
Entonces
uno siente qué triste es ser un hombre.
Entonces uno siente qué
duro es estar solo.
Se hojean febrilmente los anuarios buscando
la
profesión poeta -¡ay,
nunca registrada!-.
Y entonces uno siente cansancio, tiempo lento
y cargado.
Quisiera que escuchárais
las hojas cuando crecen,
quisiera que supiérais lo que es abirse
al aire
creyendo que uno colma de evidencia el instante
con su
golpe de savia y ascendencia situada,
quisiera que pesárais
después de tanto esfuerzo
que esa gloria y sorpresa fueron luz,
fueron nada.
Lloraríais conmigo la
lágrima o la estrella,
lloraríais verdades de temblor
transparente,
caeríais como gotas de lo espeso afligido
y en
lo pálido y liso diminutos tambores
sonarían al paso de los
números neutros
como largos sumandos de implacable cansancio.
Lloraríais, y ¡ay!
lloro, yo, plural, yo, horadado,
desalmándome lento, sintiendo ya
los huesos
que, sueltos se golpean, y al fin, desencajados,
baten,
baten, avenian -polvo y paja- mi vida.
Lloraríais si viérais,
cómo pienso en vosotros.
Lloraríais, y ¡ay lloro!, lluevo amén
mi fatiga.
Da miedo ser poeta; da
miedo ser un hombre
consciente del lamento que exhala cuando
existe.
Da miedo decir alto lo que el mundo silencia.
Mas ¡ay!
es necesario, más ¡ay! soy responsable
de todo lo que siento y
en mi se hace palabra,
gemido articulado, temblor que se
pronuncia.
Pensadlo: Ser poeta no es
decirse a sí mismo.
Es asumir la pena de todo lo existente,
es
hablar por los otros, es cargar con el peso
mortal de lo no dicho,
contar años por siglos,
ser cualquiera o ser nadie, ser la voz
ambulante
que recorre los limbos procurando poblarlos.
A través de mi pasa: Yo
irradio transparente,
yo trasmito muriendo, yo sin yo doy
estado
al hombre que si mira parece que algo exige,
y
simplemente mira, me está siempre mirando,
y esperando, esperando
desde hace mil milenios
que alguien pronuncie un verso donde poder
tenderse.
Sonámbulos acuden a mí
los que no saben
si sufren o si sólo por no muertos del todo
aún
siguen suspirando sin encontrar su forma,
su expresión absoluta,
su descanso y mi olvido.
Y como quien conjura fantasmas yo
pronuncio
palabras en que dejo de ser quien soy por ellos.
Cuando grito, no grita mi
yo para decirse.
Cuando lloro, quien llora dentro de mi es
cualquiera,
y es tan sólo en los otros donde vivo de veras.
Mis
cantos son los cantos rodados que un mansa
corriente milenaria
suaviza y uniforma,
y el murmullo del agua los va deletreando.
¡Oh jóvenes poetas!,
mirad, estoy llamando,
hundido en ese fondo que aún no ha sido
expresado
de los muertos y el muerto que yo sumo al fracaso.
Decid
lo que no supe, lo que nadie aún ha dicho.
Yo cumplí lo que
pude, pero todo fue en vano,
y hoy me siento cansado -perdonadme-
cansado.
No me hagáis más
preguntas. Cantad cara al mañana
lo común de la sangre, lo
perpetuo y corriente.
No, al solo yo atenidos, pensáis que
vuestra muerte
es la muerte sin vuelta y el fin de vuestro
anhelo.
Mientras haya en la Tierra un solo hombre que
cante,
quedará una esperanza para todos nosotros.
Gabriel Celaya