Engendrando
la paciencia
la voz de la madre regresa
sin ningún recelo
por saber de la espera.
Ninguna musicalidad
– desviviéndose en resguardos –
esconde lucidez tan inquietante
como la de convidar a las fieras
– recién paridas –
a permanecer al acecho.
No me interesa la quijada silente
ni ningún verbo que apaciente presagios
cuanto más acallar sospechas
o sucesiones de gritos.
Cualquier predicción que aventure
un tiempo futuro
pronostica que nazco y muero cada día:
justamente
al hablar con la voz de la madre
y tornarse carne su palabra.
la voz de la madre regresa
sin ningún recelo
por saber de la espera.
Ninguna musicalidad
– desviviéndose en resguardos –
esconde lucidez tan inquietante
como la de convidar a las fieras
– recién paridas –
a permanecer al acecho.
No me interesa la quijada silente
ni ningún verbo que apaciente presagios
cuanto más acallar sospechas
o sucesiones de gritos.
Cualquier predicción que aventure
un tiempo futuro
pronostica que nazco y muero cada día:
justamente
al hablar con la voz de la madre
y tornarse carne su palabra.
M.
Nieves Caceres
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