LAS AFUERAS
I
La
noche se afianza
sin respiro, lo mismo que un esfuerzo.
Más
despacio, sin brisa
benévola que en un instante aviva
el
dudoso cansancio, precipita
la solución del sueño.
Desde
luces iguales
un alto muro de ventanas vela.
Carne a solas
insomne, cuerpos
como la mano cercenada yacen,
se asoman,
buscan el amor del aire
-y la brasa que apuran ilumina
ojos
donde no duerme
la ansiedad, la infinita esperanza con que
aflige
la noche cuando vuelve.
II
¿Quién? Quién es el
dormido?
Si me callo, respira?
Alguien está presente
que
duerme en las afueras.
Las afueras son grandes,
abrigadas,
profundas.
Lo sé pero, no hay quién
me sepa decir más?
Están
casi a la mano
y anochece el camino
sin decimos en
dónde
querríamos dormir.
Pasa el viento. Le llamo?
Si
subiera al salón
familiar del octubre
el templado silencio
se
aterraría.
Y quizá me asustara
yo también si él me
dice
irreparablemente
quién duerme en las afueras.
III
Ciudad
ya tan lejana!
Lejana junto al mar: tardes de puerto
y
desamparo errante de los muelles.
Se obstinarán crecientes las
mareas
por las horas de allá.
Y serán un rumor,
un
pálpito que puja endormeciéndose:
cuando asoman las luces de la
noche
sobre el mar.
Más, cada vez más honda
conmigo
vas, ciudad,
como un amor hundido,
irreparable.
A veces
ola y otra vez silencio.
Jaime Gil de Biedma
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