Al amanecer de una mañana de mayo, el pastor, acompañado de su fiel perro Pancho, saca su ganado y se lo lleva al monte como todos los días del año. Una vez el ganado llega a los pastos, Pancho se encarga de vigilarlo mientras el pastor busca una zona alta donde poder controlarlo, cobijado de una buena sombra donde sentarse a comer y descansar. Después de reponer fuerzas, se dispone a echar una cabezadita cuando le pasa por su mente toda la vida que ha llevado hasta ahora; recuerda cuando de niño acompañaba a su padre a los prados para aprender el oficio de pastor; el cuál, un día, heredaría como él heredó del suyo, con la alegría que partía oyendo a los pájaros cantar y las dulces melodías que formaban las hojas de los árboles con la suave brisa de la mañana y cómo buscaban un buen sitio para descansar y dar cuenta de la buena comida que le había preparado su madre. Luego su padre le contaba todos los secretos del buen pastor, cómo buscar los mejores y tiernos pastos y mirar el entorno para encontrar agua.
Se sintió apenado al observar que estaba a punto de cumplir 78 años y no tenía a nadie que heredara su rebaño, ni enseñarle el oficio que él había aprendido de sus antepasados. Se puso triste al contemplar como la vida se le estaba yendo; no había podido formar una familia ni tener a nadie que le esperara en casa con una buena sopa,ni hijos a quien poder abrazar y darles cariño como él había recibido de sus padres. Pero lo que más le afligió fue como las pocas mujeres que habían en la aldea cuando era joven, no quisieran quedarse con él para formar una familia y prefirieron irse a la ciudad, eso le marcó toda su vida. No tenía a nadie con quien compartir las alegrías y preocupaciones que te va dando el día a día, y tampoco, en las noches frías de invierno, podía sentir el amor y el calor que da una compañera.
Ya de regreso a la aldea se dijo: “no sé cuánto tiempo me queda de vida, pero moriré solo y virgen con mi fiel y único compañero Pancho”.
Sueco
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