"Sumérgete en el océano de emociones tejido por palabras, donde cada verso es un eco del alma y cada estrofa es un viaje hacia la profundidad del corazón: Bienvenido al santuario de la poesía, donde los sueños danzan entre líneas y los sentimientos florecen en cada palabra."

viernes, 27 de enero de 2012

LAS CHICAS SIN NOMBRE




A finales de septiembre parece que el tiempo cambia una vez más y que el verano va a regresar. Pero no es lo mismo, hace más frío. El sol está ahí, sí, pero ya no calienta. Es una época confusa, tal vez adecuada para que sucedan cosas poco habituales.
No recuerdo exactamente cómo me llamo. Esto es lo más curioso de todo. Sé que mi nombre comienza con J. O tal vez con CH. Es curioso, y sin embargo, ya no me importa demasiado. Sólo puedo recordar algunas cosas que me sucedieron antes de la última semana de septiembre, antes de que entrara en aquel lugar. Son recuerdos borrosos, que se van difuminando caprichosamente cuando trato de retenerlos en la mente. Pero qué más da. Ahora mismo no puedo pensar demasiado en eso. Sólo sé que tengo sueño. Y hambre. Mucha hambre.
* * *
Aunque no sé exactamente lo que había sucedido antes, sé que estaba solo. También sé que no era muy habitual que yo andara solo a determinadas horas de la noche. La calle no es peligrosa en la ciudad en la que vivo, ni siquiera de madrugada, pero yo tengo amigos. O los tenía.
Aquella noche, sin embargo, me habían abandonado. O tal vez simplemente se habían marchado ya. Sí, es posible que hubiera bebido demasiado, qué más da. ¿Acaso importa eso ahora? Mi mente estaba clara y despejada, recuerdo bien que hacía un poco de frío, que el viento soplaba formando remolinos con las hojas caídas, y que la calle era la Avenida de la Hispanidad. La farolas proporcionaban una luz mortecina algo amarillenta que dejaba entrever que tal vez pudiera amanecer dentro de poco, aunque yo sabía que todavía era demasiado pronto para eso.
¿De dónde venía yo? No lo sé. ¿A dónde iba? A casa, seguramente. Vivo una calle más abajo, y no me había traído el coche. En esa estación del año aún no hace demasiado frío, y uno puede caminar tranquilamente sin abrigo ni paraguas, si no le importan o no tiene miedo de los resfriados.
Caminando distraídamente, me llamó la atención el ruido que provenía de una callejuela. La Avenida de la Hispanidad estaba llena de edificios en construcción, tremendas moles que auguran un cercano futuro lleno de tráfico y bullicio, y aquel no era el lugar indicado para una fiesta. Sin embargo, el ruido delataba la presencia de una. No era exactamente una callejuela, en realidad. Era la entrada de camiones de uno de los edificios en obras, y desde fuera sólo se oía ruido. No parecía haber ni tan siquiera un lugar desde el que proviniera tanto jolgorio. Así que aunque era tarde, me acerqué. Por curiosidad.
En efecto, se trataba de una de las obras. A un lado había un edificio ya terminado, aunque todavía sin habitar, y al otro, uno en construcción. Me aproximé, más por instinto que porque pudiera determinar a ciencia exacta el lugar del que provenía el ruido, que ahora ya era música. Música, pero algo extraña. Tal vez de algún grupo de rock gótico o algo similar. Desde luego, alejada de los cánones habituales de la pachanguera música latina que me había pasado toda la noche oyendo.
Me gustó el cambio, así que me fui acercando a una puerta que daba toda la impresión de ser la entrada a una obra. Aquello parecía la caseta donde se cambian los albañiles, sólo que no podía ver exactamente lo grande que era, ya que estaba rodeada de una valla metálica. Por fin vi algo de luz que asomaba por debajo de la puerta de tosca madera, y me acerqué. Sin duda la música venía de allí dentro, y parecía sonar a todo volumen. Incluso me pregunté si no armaría un escándalo al abrirla, porque esa era mi intención: abrir la puerta.
Aunque estaba un poco atascada con el polvo y la tierra en el suelo, se abrió con relativa facilidad. Dentro estaba más oscuro que fuera, y en efecto, el ruido de la música atronó mis oídos durante un momento, pero no el suficiente como para no darme cuenta de que estaba en una pequeña entrada, algo como un vestíbulo de paredes pintadas de negro, y tras el que se veían los resplandores de las luces rojas y azules de una discoteca.
En un primer momento no vi al individuo de la entrada. Pensé que era el portero, así que me preparé para un interrogatorio, o incluso para que me echara de allí. Me sentía un poco extraño, como quien entra en una fiesta privada sin invitación. Tal vez era alguna celebración particular de los obreros, o de los vecinos de los alrededores, que habían encontrado aquel lugar para divertirse. Esto último me pareció más razonable.
Aunque me paré y miré a aquel sujeto, me sorprendió que no me dijese nada. Tenía el rostro más impasible que he visto en mi vida. Miraba hacia mi como si no estuviera delante suya. Era calvo y vestía una camiseta negra tan apretada y bajo la cual se veían tantos músculos que hubiera servido como objeto de estudio en un aula de la Facultad de Medicina. Pero no hizo el menor gesto cuando pasé por delante: debía estar más colgado que el horrendo cuadro de la pared, y seguramente tendría la mitad de su inteligencia.
Así que me adentré en la fiesta. No había demasiada gente, pero sí la bastante como para pasar desapercibido entre la multitud, si no fuera por un detalle: casi todo el mundo iba vestido de negro, o con ropa muy oscura. Mi camiseta blanca y mis vaqueros desteñidos me delataban como intruso, aunque a nadie pareció importarle. La gente estaba en su mayoría apelotonada alrededor de una pequeña tarima, en la que tocaba furiosamente un grupo de rock con toda la pinta de haberse pasado la tarde esnifando alguna sustancia poco legal antes de salir. Pero la verdad es que a pesar de eso no lo hacían mal del todo. Era una mezcla de rock gótico y punk, que de algún modo sonaba como trance. O tal vez fuera sólo por la hora a la que seguían tocando.
El lugar no era muy grande, y el techo era bajo. El que las paredes estuviesen pintadas y tapizadas de terciopelo negro no ayudaba a dar una sensación de más amplitud; sin embargo, el conjunto conformaba un ambiente alternativo bastante atrayente. Busqué con la mirada la barra, porque a esas alturas comenzaba a necesitar una copa y muchos llevaban vasos largos en la mano. La encontré en uno de los fondos, así que me dirigí hacía allí rápidamente, aprovechando un hueco libre.
- Hola, ponme un ron con cocacola.
El camarero me miró sin hacer ni un solo gesto, pero me sirvió.
- ¿Cuánto es?
- Estás invitado.
- ¿Cómo?
- Estás invitado. - Repitió, y señaló con la mirada hacia algún punto detrás de mí. Me di la vuelta y observé a una chica desconocida que me hacía señas. Al principio pensé que debía tratarse de algún error, pero nadie más respondía a sus saludos, y ella insistía. Decidí acercarme a agradecerle el detalle.
No sabía qué decir. A medida que me acercaba mi mente pareció irse desdibujando, como si fuera dejando los pensamientos a cada paso. Así que al llegar a su altura, en un primer momento me quedé con la mente en blanco, y sólo vi los pantalones de cuero negro que embutían las piernas de aquella preciosidad. Tenía la cara muy pálida, e iba toda vestida de negro, con una camiseta blanca por debajo de un jersey de punto, y tenía un cuerpo espléndido.
- ¿Quién te avisó? - preguntó.
"Oh-oh. Así que es la organizadora de la fiesta. Ahora me van a echar..."
- Nadie. Sólo entré.
- ¿No te avisó nadie?
- No.
- Pues bueno, de todas formas, bienvenido. Mira, te voy a presentar a unas amigas.
Dos chicas más se acercaron. Aunque la verdad es que me dio la impresión de que llevaban allí todo el tiempo, como si hubieran estado mirando. Parece ridículo, pero fue como si se hubiesen materializado de pronto, surgiendo de la oscuridad que nos rodeaba a todos. En la confusión no escuché bien sus nombres, si es que llegaron a decírmelos. Supongo que sí, claro. Al besarlas noté que tenían la cara muy fría.
- ¿Acabáis de salir de la nevera? - Dije, intentando hacer una gracia. Sin embargo, no pareció gustarles. Se miraron entre ellas, y casi creí detectar el miedo en sus ojos. Mierda, estaba a punto de echar a perderlo todo con una de mis salidas. Tenía que arreglarlo:
- Perdón, sólo era una broma. Es que hace frío. Ehm, ¿qué fiesta es esta? Es la primera vez que veo que se organiza algo en esta zona.
- Es que es la primera vez.
- Entonces he tenido suerte.
- Más de la que crees. - Las tres rieron, y yo también, pero no sé por qué.
Pasé la noche con ellas. No recuerdo nada de la conversación, excepto que giró sobre temas que no son muy normales a esas horas y en tales circunstancias. Tal vez me hablaran sobre Dios y sobre sus creencias religiosas, aunque si fue eso, no les hice el menor caso. Tan sólo me fijé en sus cuerpos esculturales. Las tres iban vestidas de negro, y aunque eran muy distintas, parecían a veces la misma persona. Una tenía el pelo teñido de un rubio casi blanco, otra era pelirroja, con grandes bucles que le caían sobre la frente, y la tercera tenía un hermoso pelo liso de color negro azabache. Las tres sonreían mucho y no tardé demasiado en darme cuenta de que me guiñaban los ojos antes de comenzar a manosearme.
No sé qué más ocurrió, aunque debería saberlo. Bebí y bebí durante toda la noche, siempre invitado. Creedme si os digo que no recuerdo qué sucedió después. Porque aunque mi mente guarda aún los retazos de las memorias de una noche de placer como nunca antes había tenido, mi cuerpo no ha podido retener presencia alguna de aquellas caricias, de los besos, de la salvaje lujuria que se desató durante las horas siguientes, mientras los cuatro aullábamos en torno a una cama grande de sábanas rojas. No lo entiendo, no puedo comprender por qué todo aquello es sólo un recuerdo frío, oscuro e insensible, y no algo hermoso y placentero como debería haber sido, como sin duda alguna fue, como debería serlo aún.
No sé dónde pasé la noche, pero sé que cuando desperté, estaba en mi casa, tumbado en mi cama, todavía vestido, y con un enorme dolor de cabeza. No me atrevía a mirar el reloj, y la luz del sol que entraba por la ventana me hacía mucho daño en los ojos. Cerré la persiana y corrí a vomitar al baño. Aún recordaba partes de lo que había sucedido esa noche, pero se iban desvaneciendo como el agua se lleva los terrones de azúcar al disolverlos en un vaso.
Pasé la tarde durmiendo, presa de un sueño y un cansancio como nunca antes había tenido. Sin duda era la gripe, porque me dolían todos los músculos y apenas podía pensar. Cuando desperté ya era de noche y en el contestador automático del móvil relucían parpadeantes cinco o seis llamadas que no atendí. En cambio, bajé las escaleras y corrí hacia la Avenida de la Hispanidad. Sin embargo, a pesar de todos mis esfuerzos, no pude encontrar el lugar donde se había celebrado la fiesta. El callejón estaba allí, pero ahora era un jardín que daba entrada a una casa con un rótulo de la Xunta de Galicia. Podría haber intentado llamar a los vecinos, preguntar tal vez a los viandantes, pero ni tan siquiera se me ocurrió en aquel momento. Sólo sé que caí presa de la desesperación. Recorrí la calle entera de arriba a abajo una y otra vez, volví sobre mis pasos, hice el mismo recorrido de la noche anterior, pero todo fue inútil. Allí no había nada ni tan siquiera parecido a lo que había habido la noche antes.
Curiosamente, la noche, o tal vez el frío, me había refrescado la mente, y de mi gripe ya no quedaba ni rastro. Me sentía con más fuerza que nunca, ágil y poderoso. Podría haber corrido kilómetros sin cansarme. Y a cada hora las energías se iban acumulando en mi interior. Era una noche ideal para salir a divertirse.
Entré en una discoteca de la Gran Vía. De algún modo, la música me sonaba como ruido de fondo, una sensación que creía que sólo les pasaba a los borrachos. ¿Estaba borracho? Ya no lo sé. Sé que me sentía con una fuerza con la que sería capaz de hacer cualquier cosa. Por ejemplo, intentar entrarle a aquella chica del fondo que parecía estar sola. No lo dudé ni un instante y me acerqué a ella.
- Hola. ¿Puedo hablar contigo?
Ella me miró con unos ojos que interpreté absurdamente como de miedo. Pero antes de que pudiera decir nada, apareció detrás de mi un tipo que me empujó por la espalda:
- ¿Qué estás haciendo con mi novia, capullo?
Me di la vuelta. En un primer momento mi intención era decir algo, quizá incluso excusarme, pero no sé por qué, simplemente le di un puñetazo en la cara. El chaval cayó a mis pies, agarrándose la nariz y chillando como un poseso:
- ¡Joder! ¡Cabrón! ¡Cabrón!
Iba a darle una patada en la boca, pero de pronto llegaron dos gorilas y me cogieron por los brazos. A mi alrededor todo eran gritos, insultos y algún golpe perdido. Cualquiera se hubiera vuelto loco en una situación así, pero a mí me pareció como si los hechos se sucedieran a cámara lenta. Cuando salí, me sentía eufórico. En el culmen de mis propias fuerzas físicas. Pensé en entrar de nuevo y darle su merecido a todos aquellos imbéciles, pero algo me detuvo: había un grupo de tres o cuatro chicas que estaban decidiendo si pagarían o no la entrada de aquel antro. Me acerqué sin dudarlo:
- ¿Estáis pensando entrar ahí?
- Sí, a lo mejor.
- Ni se os ocurra. Está hasta los topes. Y hay muy mal ambiente, con peleas. Han echado a un tío hace poco.
Las convencí para acompañarlas hasta otro local, un poco más abajo. Entramos y nos dirigimos a la barra. Ellas pidieron algo de beber, y yo también me bebí un cubata de un solo trago. Ellas me miraban divertidas y se reían escandalosamente. Parecían bastante borrachas. Se pusieron a bailar, y mi mirada las siguió con lujuria. Me acerqué de nuevo y le dije a una de ellas al oído:
- ¿Te apetece acompañarme al baño? Tengo miedo de ir solo.
Ella rió ruidosamente, pero no se opuso cuando la cogí por la cintura y la empujé entre la gente en dirección a los servicios. No tenía muy claro lo que iba a hacer, estaba muy excitado, y nunca antes había hecho algo así, ni siquiera se me habría ocurrido.
Pero al llegar a la puerta, reconocí a las tres chicas del día anterior. Estaban las tres juntas, mirándome con unos ojos fríos. Por algún motivo, mi corazón dio un vuelco y me llené de espanto. Estaba muerto de miedo y me sentí avergonzado, como temiendo que ellas me fuesen a reprochar mi actitud. La del pelo blanco me dijo simplemente:
- Ni se te ocurra. - Y me agarró de un brazo.
No sé bien lo que sucedió, excepto que entre las tres me empujaron fuera del local. Parecían muy enfadadas, aunque no menos que la chica a la que acababa de dejar a la puerta del baño, que se puso a gritarme no sé qué.
Mi corazón latía furiosamente. Salimos, y de nuevo las tres se arremolinaron a mi alrededor. Comenzaron a tocarme, a manosearme. Me sentí un poco sucio, manejado por aquellas tres chicas que me trataban como un muñeco, pero no pude resistirme.
Recuerdo que entramos en un coche, pero no entiendo por qué no puedo acordarme de adónde fuimos. Había árboles, un camino de tierra, barro... no sé si era un bosque o un parque público. No sé cuánto tiempo pasó, pero las tres se abalanzaron sobre mí y me llenaron de besos. Besos que me dolieron, pero que me dieron placer de un modo que no puedo explicar. Me sentí volar, como en un sueño, como si todo aquello no estuviera pasando realmente...
De nuevo desperté en mi cama, en mi casa. Aún llevaba puesta la misma ropa desde hacía dos días, pero por algún motivo no me importaba. La luz del sol entraba por la ventana y me hacía tanto daño en los ojos que a pesar de que estaba mortalmente mareado, me levanté y cerré la persiana. Aún así, la luz seguía hiriéndome la vista. Cerré también la cortina, puse delante la bata, e incluso traté de mover un mueble para tapar los rayos de sol que se obstinaban en penetrar por las rendijas. Pero apenas pude moverlo un poco, lo suficiente como para separarlo de la pared. Me encontraba muy débil, estaba muy mareado, con ganas de vomitar. La cabeza me dolía como nunca, y finalmente opté por acurrucarme como una bestia herida tras el armario, agazapado en posición fetal, temblando como una hoja. Alguien llamó a la puerta, pero no contesté.
La noche llegó, y me quedé dormido. El sueño llegó rápidamente...
Soñé que todo era de color rojo. Un rojo viscoso y sanguinolento, y las tres chicas estaban aquí. Era absurdo, pero me miraban con ojos llenos de una incontenible lujuria. Yo estaba empapado en un sudor frío, y a mi alrededor había un charco de mi propio vómito. El hedor era espantoso. Las chicas se acercaron y me besaron, me manosearon y me rasgaron la ropa con las uñas. Me hicieron daño, pero no me importó. Esta vez no dijeron nada, pero hablaban entre ellas con voces guturales que me recordaron a los gruñidos de algún animal salvaje. Por algún motivo, en sus rostros ya no había belleza, sino corrupción. Como el cuadro de un ángel del Renacimiento cuya pintura se hubiese corrido con agua sucia. Todo era muy borroso, y tal vez pasaran horas conmigo. No sé cuándo se fueron, si es que habían estado allí alguna vez.

Al día siguiente, no desperté. No sé qué hora era. Estaba tumbado sobre mi cama, con todas las sábanas revueltas. No abrí los ojos, porque sabía que la luz del sol me haría daño. Alguien llamó a la puerta, pero no contesté. A pesar de todo, la puerta se abrió. Escuché entrar a alguien, tal vez mi madre. También escuché un grito, pero no me importó. Estaba tan débil que no podía mover ni un músculo. Supe que no podría haber abierto los ojos aunque hubiera querido.
Escuché las pisadas rápidas de alguien más en el pasillo. Varias personas entraron en mi cuarto, y dijeron cosas que no recuerdo. Tal vez mencionaran la palabra "muerto", pero no sé por qué. Muchas más personas fueron entrando, algunas que conocía y otras que no. Algunas me tocaron y me tomaron el pulso. Alguien me abrió un párpado, y dijo algo que no recuerdo pero que me sonó muy negativo. Yo estaba totalmente paralizado, y sólo sé que no me importaba absolutamente nada de lo que estaba ocurriendo. Sólo quería que me dejasen en paz, que se marchasen de allí. Estaba muy cansado, tenía mucho sueño, sólo quería dormir un poco más. Unas horas después fui levantado entre varias personas y me sentí llevado en una camilla. A mi alrededor escuchaba llantos y sollozos sordos. Supliqué en silencio que se callasen, porque no me dejaban dormir.
Me llevaron en un coche no sé a dónde, y por fin pude descansar un rato, pero cuando pude levantarme trabajosamente, estaba en una sala grande, metálica y muy fría. Me dolían los músculos, pero sentía que poco a poco me iba desapareciendo el sopor. Aún tenía mucho sueño, pero ya podía moverme.
Esto fue hace unas horas. Me parece. O tal vez hace unos días. He perdido la noción del tiempo. En realidad, ya no me importa nada. No sé qué me pasa, está todo muy borroso, sólo sé que tengo frío, y mucho sueño. A lo mejor estoy todavía dormido, pero tengo hambre. Muchísima hambre. Necesito comer ahora mismo.


Fran Morell

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