Una
mujer joven llamada Sofía fue un día a
la casa de un ermitaño de la montaña en busca de ayuda.
El
ermitaño era un sabio de gran renombre, hacedor de ensalmos y pociones mágicas.
Cuando
Sofía entró en su casa, el ermitaño, sin levantar los ojos de la chimenea que
estaba mirando, dijo:
-¿Por
qué viniste?
Sofía
respondió:
-Oh,
Sabio Famoso, ¡estoy desesperada! ¡Hazme una poción!
-Sí,
sí, ¡hazme una poción! -exclamó el ermitaño-. ¡Todos necesitan pociones!
¿Podemos curar un mundo enfermo con una poción?
-Maestro
-insistió Sofía-, si no me ayudas, estaré verdaderamente perdida.
-Bueno,
¿cuál es tu problema? -dijo el ermitaño, resignado por fin a escucharla.
-Se
trata de mi marido -comenzó Sofía-. Tengo un gran amor por él. Durante los
últimos tres años ha estado peleando en la guerra. Ahora que ha vuelto, casi no
me habla, a mí ni a nadie. Si yo hablo, no parece oír. Cuando habla, lo hace
con aspereza. Si le sirvo comida que no le gusta, le da un manotazo y se va
enojado de la habitación. A veces, cuando debería estar trabajando en el campo,
lo veo sentado ociosamente en la cima de la montaña, mirando hacia el mar.
-Si,
así ocurre a veces cuando los jóvenes vuelven a su casa después de la guerra
-dijo el ermitaño-. Prosigue.
-No
hay nada más que decir, Ilustrado. Quiero una poción para darle a mi marido,
así se volverá cariñoso y amable, como era antes.
-!
Ja! Tan simple, ¿no? -replicó el ermitaño-. ¡Una poción! Muy bien, vuelve en
tres días y te diré qué nos hará falta para esa poción.
Tres
días más tarde, Sofía volvió a la casa del sabio de la montaña.
-Lo
he pensado -le dijo-. Puedo hacer tu poción. Pero el ingrediente principal es
el bigote de un tigre vivo. Tráeme su bigote y te daré lo que necesitas.
-¡El
bigote de un tigre vivo! -exclamó Sofía-. ¿Cómo haré para conseguirlo?
-Si
esa poción es tan importante, obtendrás éxito -dijo el ermitaño. Y apartó la
cabeza, sin más deseos de hablar.
Sofía
se marchó a su casa. Pensó mucho en cómo conseguiría el bigote del tigre. Hasta
que una noche, cuando su marido estaba dormido, salió de su casa con un plato
de arroz y salsa de carne en la mano. Fue al lugar de la montaña donde sabía
que vivía el tigre.
Manteniéndose
alejada de su cueva, extendió el plato de comida, llamando al tigre para que
viniera a comer.
El
tigre no vino.
A
la noche siguiente Sofía volvió a la montaña, esta vez un poco más cerca de la
cueva. De nuevo ofreció al tigre un plato de comida.
Todas
las noches Sofía fue a la montaña, acercándose cada vez más a la cueva, unos
pasos más que la noche anterior. Poco a poco el tigre se acostumbró a verla
allí.
Una
noche, se acercó a pocos pasos de la cueva del tigre. Esta vez el animal dio
unos pasos hacia ella y se detuvo. Los dos quedaron mirándose bajo la luna. Lo
mismo ocurrió a la noche siguiente, y esta vez estaban tan cerca que Sofía pudo
hablar al tigre con una voz suave y tranquilizadora.
La
noche siguiente, después de mirar con cuidado los ojos de Sofía, el tigre comió
los alimentos que ella le ofrecía. Después de eso, cuando Sofía iba por las
noches, encontraba al tigre esperándola en el camino.
Cuando
el tigre había comido, podía acariciarle
suavemente la cabeza con la mano. Casi seis meses habían pasado desde la noche
de su primera visita. Al final, una noche, después de acariciar la cabeza del
animal, Sofía dijo:
-Oh,
Tigre, animal generoso, es preciso que tenga uno de tus bigotes. ¡No te enojes
conmigo!
Y
le arrancó uno de los bigotes.
El
tigre no se enojó, como ella temía. Bajó por el camino, no caminando sino
corriendo, con el bigote aferrado fuertemente en la mano.
A
la mañana siguiente, cuando el sol asomaba desde el mar, ya estaba en la casa
del ermitaño de la montaña.
-¡Oh,
Famoso! -gritó-. ¡Lo tengo! ¡Tengo el bigote del tigre! Ahora puedes hacer la
poción que me prometiste para que mi marido vuelva a ser cariñoso y amable.
El
ermitaño tomó el bigote y lo examinó. Satisfecho, pues realmente era de tigre,
se inclinó hacia adelante y lo dejó caer en el fuego que ardía en su chimenea.
-¡Oh
señor! -gritó la joven mujer, angustiada- ¡Qué hiciste con el bigote!
-Dime
como lo conseguiste -dijo el ermitaño.
-Bueno,
fui a la montaña todas las noches con un plato de comida. Al principio me
mantuve lejos, y me fui acercando poco cada vez, ganando la confianza del
tigre. Le hablé con voz cariñosa y tranquilizadora para hacerle entender que
sólo deseaba su bien. Fui paciente. Todas las noches le llevaba comida,
sabiendo que no comería. Pero no cedí. Fui una y otra vez. Nunca le hablé con
aspereza. Nunca le hice reproches. Y por fin, una noche dio unos pasos hacia
mí. Llegó un momento en que me esperaba en el camino y comía del plato que yo
llevaba en las manos. Le acariciaba la cabeza y él hacía sonidos de alegría con
la garganta. Sólo después de eso le saqué el bigote.
-Sí,
sí -dijo el ermitaño-, domaste al tigre y te ganaste su confianza y su amor.
-Pero
tú arrojaste el bigote al fuego -exclamó Sofía llorando-. ¡Todo fue para nada!
-No,
no me parece que todo haya sido para nada -repuso el ermitaño-. Ya no hace
falta el bigote. Sofía, déjame que te pregunte algo: ¿es acaso un hombre más
cruel que un tigre? ¿Responde menos al cariño y a la comprensión? Si puedes
ganar con cariño y paciencia el amor y la confianza de un animal salvaje y
sediento de sangre, sin duda puedes hacer lo mismo con tu marido.
Al
oír esto, Sofía permaneció muda unos momentos. Luego avanzó por el camino
reflexionando sobre la verdad que había aprendido en casa del ermitaño de la
montaña.
sueco
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