Nos cobijamos en
refugios excesivamente cálidos. Quizá
sea conveniente vivir un poco
más a la intemperie para que
resuciten nuestros sentidos.
Qué
frescor ahora
después
de vagar mil noches
por
las horas de un reloj asfáltico.
Qué frescor aquí
junto
a los olivos tiernos,
junto
a los tiernos álamos.
Aquí, a la orilla de senderos
escritos
de lluvia y huella,
junto
a las flores temblorosas,
erizadas
de frío,
mendigas
de un sol de invierno.
Mejor aquí, lejos,
de
aquel impersonal dominio.
Mejor,
a la intemperie agria de la vida
que
vivir al abrigo
de
un retazo artificial del cielo.
Teresa
Sanchez Martín
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